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Algún día te cansarás de ir a doscientos kilómetros por hora y verás que la velocidad ha impedido que te dieses cuenta de todo lo que dejabas atrás y yo seré en tu carretera esa intrascendente señal de stop que nunca viste y que se convertirá en crucial en el momento justo en el que aquel coche se cruce en tu camino.

Dani Rivera


Tremendamente arrebatadora. Apasionada y apasionante. Princesa amenazante de caballeros andantes. A diferencia de muchas, ama la sinceridad y detesta la mentira. Vital y soñadora, que diría.

Extraordinariamente extraña. Ella es amiga aunque sea de un equipo rival. Y no cualquier amiga, la amiga que todo amigo desea y la que cualquier persona anhela encontrar.

Qué más da lo que la gente diga si solo con lo que diga ella basta. Emocionalmente desordenada, nunca la ordenes nada, que se lo pierdes. Tan inestable como un castillo de naipes pero tan fuerte como los de las películas de vaqueros.

Ubicua, omnipresente, quizá más que el mismísimo Dios. Tiene el don y la virtud de estirar el tiempo y a la vez, cuando estás con ella, de que la aguja del reloj tenga que parar cada cinco minutos para coger aire.

Imprescindible, casi tanto o más como el mar en su Gijón. Imaginar un Valladolid sin ella o un mes sin verla es meramente desalentador. Imprescindible porque, por mucho que ella se empeñe en desaparecer, siempre hay gente que la necesita.

Eterna. Mucho más que Roma, cittá eterna. Millones de veces más. Eso sí, italianos no, que no les soporta, italiano sí, qué tendrá ese idioma que le hace tan irresistible. Eternamente enamorada de las películas de amor, eternamente desencantada de la vida real. Eternamente ella.

Romeo y Julieta quizá no existieron pero un amor así no tardará en llegar. Y la llegará. Quizá hoy, quizá mañana, o quizá hace dos años cuando conoció a aquel chaval. Quizá sea aquel, quizá éste o quizá sea el de más allá. Ojalá sea el segundo . Está tranquila porque ella de momento no le espera, pero llegado el momento le esperará.

Ojalá nunca llegue el día en el que, al doblar la esquina, la pierda para siempre de vista. Ojalá siempre esté ahí, al otro lado. Donde lleva años estando y de donde espero que, ojalá, no se vuelva a marchar.

Dani Rivera






¡Buenos días, princesa!


He soñado toda la noche contigo, íbamos al cine y tú llevabas aquel vestido rosa que me gusta tanto...


Sólo pienso en ti, princesa... ¡Pienso siempre en ti!


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  • “No existen los amores para siempre” dijo ella, atrincherada tras una taza humeante.
  • “Que sí, Lucía” apuntó él, echando un vistazo a la mojada calle tras los cristales de aquel café “Hazme caso ¿cuándo te he mentido yo?”
  • “¿Y por qué lo sabes?”

Nico sonrió fugazmente, dejó de mirarla a los ojos y echó un vistazo a la mesa donde reposaban sus dos cafés, ideal para días lluviosos y fríos como era aquel. Mentalmente repasó los pros y contras de su próxima frase y, como no tenía nada que perder, se lanzó como un kamikaze, sin paracaídas y sin plan B.

  • “Porque llevo enamorado de ti siete años...” Nico no se atrevió a mirarla a los ojos, asi que optó por juguetear con su taza “Sé que no es un desde siempre, pero sí un desde bastante.”

El silencio fue la peor elección. Él hubiese preferido que le dijera algo, aunque no hubiera sido agradable, antes que aquella tensa espera para que sus labios volviesen a hablar.

  • “Nico...” comenzó a decir. Ella tampoco le miraba a los ojos “¿por qué hoy?”
  • “Creo que esa no es la pregunta, la pregunta es por qué no hace siete años”

De nuevo su respuesta fue el silencio. Él paso por alto su reacción y decidió seguir hablando.

  • “¿Sabes? Me he arrepentido mucho de no habértelo dicho mucho antes, porque lo sé desde la primera vez que me miraste a los ojos ¿Te acuerdas? Era una tarde como esta, de mayo, llovía muchísimo, todavía no sé como te atreviste a salir a la calle así, te estabas empapando” rió y retomó la historia “Entonces me encontré contigo en un paso de cebra y te tendí mi paraguas, aun recuerdo aquel sincero 'gracias' y tu mirada...”

Dio un reconfortante sorbo a su café, Lucía, por fin, le miraba a los ojos. Allí estaba. Aquella mirada inocente y cautivadora, aquella mirada con la que había soñado aun sin soñar, aquella mirada que recordaba cuando pasaba por aquel cruce cada día de lluvia.

  • “Pasaron las semanas y aquel chico que conociste en una de tus muchas noches de fiesta, te pidió salir.” Diluviaba en la calle y se comenzó a oír el primer atisbo de tormenta. “Ahí estuvo mi error, dejarte escapar. Y después de ese, vinieron otros, pero nunca yo. Y yo, tonto de mí, nunca te conseguí olvidar, siempre aguardé mi oportunidad, una oportunidad que había perdido en aquel paso de cebra hace ahora ya siete años...”

Otro reparador sorbo y notó como la bebida caliente se deslizaba por su garganta. Le sirvió para reunir el suficiente ánimo como para continuar con aquella historia.

  • “Y no sé por qué me he decidido a decírtelo hoy, Lucía, no tengo ni la más remota idea. Lo último que sé de ti es que ahora estás con alguien, de nuevo, quizá si pudiésemos volver al pasado, a aquel paso en el que jamás te debí dejar cruzar en verde sin decirte que me había enamorado de tu pelo empapado, de tu mirada pulcra, de esos labios que todavía hoy me siguen volviendo loco, de ti...”

Se terminó el café. Seguía sin hablar y aquello le dolía mucho. Rebuscó entre sus pantalones hasta encontrar su cartera, cogió un billete y le dejó sobre la mesa.

  • “Cuando te canses de amores de un rato, de 'Te quiero' con fecha de caducidad y de besos baratos, llámame. Si es que algún día te cansas, claro. Estaré esperando, impaciente, otra oportunidad...”

Cogió su cazadora y salió rápidamente, como si huyera de alguien o de algo, quizá de su pasado. Lucía no habló, ni una mísera palabra. En cuanto pisó la acera se arrepintió de no haber llevado paraguas a la cita, en tres pasos su pelo ya estaba tan mojado como si acabase de salir de la ducha. Tampoco le importó, acababa de perder a su mejor amiga en una mesa de un café cualquiera.

Semáforo rojo. Se detuvo en un paso de cebra. El tráfico intenso de un día de lluvia le impedía cruzar pese a que no se había puesto en verde. Necesitaba llegar a casa lo más rápido posible, quitarse la ropa empapada y tirarse en la cama. De repente dejó de llover, miró hacia arriba y se topó con un paraguas.

  • “Gracias” susurró alguien tras él. “Gracias por abrirme tu corazón pero creo que no necesitaré tu número...”

Miró hacia atrás. Era Lucía. Lucía y la mirada que le había robado el corazón hacía siete años.

  • “Te quiero, Nico, te quiero desde esa tarde de mayo, te quiero aunque nunca me haya atrevido a decírtelo...”

Semáforo verde. La rodeó con sus brazos por la cintura. Apartó su pelo inquieto de la cara. Todo lo que quería estaba debajo de un paraguas amarillo en un lluvioso y vacío paso de cebra del centro de Valladolid. Esta vez no dejaría que cruzase sin decirla lo que sentía. Esta vez sería la primera vez de una eternidad. Ambos sonrieron en aquel dulce instante que precede al momento más importante de la vida. Y la besó.

Dani Rivera