Capítulo 1: Las sombras de su recuerdo.
Viernes noche en Madrid. La juventud comenzaba a adueñarse de la ciudad. La gente, ya adulta, regresaba a sus casas aún cuando los último rayos de sol todavía iluminaban el centro de la capital. Era verano, un caluroso anochecer estival. Cogí las llaves, salí de casa y cerré cuidadosamente la puerta.
Comencé a andar pensando en otras cosas, reflexionando sobre mi vida, sobre los últimos días. Divagaba por las calles casi desiertas de un barrio del centro de la capital, caminaba, sin darme cuenta hacia dónde, sin tomar una dirección, sin dirigirme hacia ningún sitio en especial.
No tenía nada mejor que hacer. Estaba cansado de estar tumbado en el sofá mientras veía como los minutos pasaban en un viejo reloj de pared. Estaba cansado de que todos los días fueran un calco de los anteriores, de que las semanas se vieran abocadas a la más tediosa de la rutina. Estaba aburrido de mi propia vida, de una vida que acababa de empecezar, de mi nueva vida sin ella.
Paso tras paso, la luz del sol fue desapareciendo. Las farolas se iluminaron pese a que no tenían nadie a quien alumbrar. Caminaba solo. Sin rumbo. Perdido en mi propia ciudad. Apático. Andaba para entretenerme, porque no tenía otra cosa mejor que hacer. No quería llamar a nadie, ni siquiera a mis amigos, no quería salir, no quería entrar en discotecas ni en bares, ni beber algo que calmase ese dolor que llevaba días perforando mi pecho. Simplemente, caminaba.
No sé como llegué allí, a su calle, a aquel lugar por donde había paseado agarrado de la mano, feliz. Eran otros tiempos. Lejanos ya. Al notar mi gravísimo error me giré, mi cabeza guió a mis pies para que cambiasen de dirección, para que se alejaran del dolor.
Dos pasos después, cuando ya daba la espalda a aquellos recuerdos que perforaban mi mente, en un acto inconsciente, pero consciente a la vez, en un momento kamikaze, suicida, miré hacia atrás. Deseaba no volver a verla jamás, pero también soñaba con volver a verla.
Miré hacia atrás, sin querer... Y vi su imagen. Y recordé...
Y recordé su voz, bromeando en las tardes, diciendome “¿Qué harás si hay un cambio de planes?”. Y recordé su sonrisa, brillando mágicamente en la oscuridad de la habitación. Y recordé sus ojos, su mirada penetrante, sus tacones violetas, su risa contagiosa, su rojo de labios. Recordé las noches en vela, la pasión desenfrenada y su morena melena. Recordé el principio del final, los gintonics de más y las lágrimas cuando todo iba mal. Vi su imagen... Y la recordé.
Salí huyendo de allí, perseguido por los fantasmas de un pasado demasiado reciente. Crucé la acera e hice lo que llevaba haciendo un par de semanas, la traté de olvidar. La intenté apartar de mi mente, marginar su recuerdo. Pero fue en vano. Volví caminando. Regresé a la soledad de mi casa y tiré las llaves, como si fuese suya toda la culpa. Me desprendí de mis zapatos, de mi camisa. Arrojé los pantalones a la penumbra del salón e intenté dormir, deshaciendo con rapidez la cama.