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“Todas las chicas quieren a un chico bueno, un príncipe azul, que siempre esté ahí y que nunca les haga daño”.

Y una mierda.

Exploté tras leer la vomitiva última línea de un artículo cualquiera. Es algo que tenía muy claro. De hecho, incluso me había permitido elaborar una teoría que yo creía muy correcta. El amor, en realidad, es un juego de celos, celos que deben estar compensados porque nada más desequilibrarse, la relación termina por romperse. Por eso los chicos buenos eramos el arquetipo menos adecuado para ello, por esta razón, las chicas siempre preferían a los que las hicieran sufrir. Por eso, las chicas nunca elegirían a tipos como yo.

He de confesar que tras elaborar esta hipótesis, cambié de camino. Perdí práctica en hacer mi cama, porque todas las noches deshacía las ajenas, aprendí a pedir números de teléfono con el whisky de escudero y a mentir por robar besos. Dejé de ser el ingenuo creyente de algo que nunca había visto, amor lo llamaban, a buscar otra soledad para que acompañase a la mía durante unas horas y me licencié en decir las palabras exactas que toda chica desencantada quería oír.

Y entonces llegaste tú para cambiar mi trayectoria. En la hora que acepté tus instrucciones y me hice la ilusión de terminar andando juntos. Puto camino de la amargura. Cambié romper sueños porque me destrozara el corazón la primera chica irreverente que me enamoró.

Y ahora, me río con estas carcajadas histriónicas que son capaces de desvelar al vecindario mientras cierro la revista con aquel absurdo artículo. Mientras, escribo en un papel cualquiera...

“Prometo no volver a enamorarme nunca

Firmado: El tonto que ya firmó esto mismo antes de conocerte”.

Tenía el corazón en venta porque nadie quiso comprarlo. De vez en cuando lo alquilaba para una noche a tipos cuyos nombres no recordaba a la mañana siguiente. Tenía un par de tacones marginados en un rincón aguardando a que regresasen las ganas de fiesta y un pintalabios rojo que esperaba marcar de nuevo las mejillas del último chico que arrugará sus sábanas. Tenía un móvil mudo que nunca sonaba y un par de entradas para una película romántica a la que nadie jamás la acompañó. Tenía pañuelos de papel para secar el desencanto que a menudo usaba para borrar las lágrimas de su recuerdo. El recuerdo de alguien que un día salió, cerró la puerta y nunca más la volvió a abrir.

Hacía tiempo, ya un par de años, de la última vez que vio a Edu. Desde entonces no tecleaba en su viejo Nokia un 8330778844433777666 para sellar un mensaje de texto. Y tampoco nadie se lo mandaba a ella. Desde entonces Sole estaba sola. Sola como la esposa que espera paciente a que regrese a su lado la voz que un disparó acalló en Irak. La soledad de un paraguas sin su lluvia, de una playa sin olas, de un camino sin caminantes o de una mañana de domingo sin un 'Buenos días, princesa'.

Y el calendario nunca ayudaba. El reloj tampoco. El tiempo pasaba, las horas corrían y los días se esfumaban y todo seguía igual. Seguía siendo la princesa destronada de una cama que una vez fue suya, la desheredada de unos 'Te quieros' que antes la hacían la persona más feliz del mundo y la cenicienta que aguarda expectante a que su príncipe la devuelva el zapato de cristal.

Sábado noche en Barcelona. Con la luna de farola desfilaba sobre la acera encharcada por una breve lluvia de otoño. La minifalda apenas tapaba sus ganas de que terminase la noche. Sus amigas, como siempre, tenían la culpa de que los hombres volvieran a girarse cuando pasaba. No la apetecía visitar discotecas, hablar a gritos, estaba cansada de 'Perdón, ¿estás sola?', de inventar números falsos porque aquel chico de la camisa azul no la terminaba de convencer y de beber para que el tiempo se pasase más rápido y de fingir que lo pasaba bien. Nunca había sido de noches locas que no tuviesen lugar debajo de unas sábanas, ella era de noches en el sofá, al abrigo de unos brazos que la supiesen arropar, de tardes de invierno jugueteando en la alfombra, frente a la chimenea, y de paseos en primavera en los que el paisaje dejaba de cobrar protagonismo para que lo hiciesen los besos fugaces aquellos que tanto la gustaban.

Pero ahora estaba atrapada entre unos incómodos tacones, un llamativo pintalabios rojos y un sujetador que empezaba a resultar muy molesto. 'Odio fingir ser una persona que no soy' pensó mientras contemplaba como sus amigas comenzaban a acercarse a un grupo de chicos. 'Ya van por la tercera copa' Sole volvió a entablar una conversación silenciosa con su mente mientras se apoyaba en la barra de aquel bar. Aquella tercera copa marcaba el límite entre la vergüenza y el atrevimiento, el límite tras el que se decidían a lanzarse después de elegir minuciosamente la víctima.

- “Si acierto lo que estás pensando ¿me dejas invitarte a una copa?”
- “¿Perdón?” dijo, sorprendida, mientras se giraba para comprobar el destino de la voz.
- “Me llamo Pablo, encantado” respondió, tendiéndola la mano. “Bueno, ¿me permites que te invite a una copa si adivino lo que estás pensando?”


    Sole sonrió nerviosa. Hacía tiempo, mucho tiempo que no se encontraba en una situación similar. Hizo memoria. Desde el día que conoció a Edu, quizá.

    - “Tomaré esa preciosa sonrisa por un sí” continuó él, haciendo caso omiso al silencio “Creo que te estás preguntando qué haces aquí, si esto no te pega, estás cansada de ver como tus amigas te cambian por el primer chico que las invita a una copa ¿me equivoco?”
    - “Pues un cosmopolitan, por favor” añadió mientras comenzaba a reírse “¿Tan previsible soy?”


      La conversación derivó por los cauces más extraños. Él la propuso dar una vuelta entre el centro de su ciudad, ella aceptó la invitación. Los ecos de sus risas era lo único que rompía el silencio de las tres de la madrugada. Pablo echó un vistazo al reloj, sabedor de que su tiempo allí se agotaba y frenó en seco. No quería que pasase ni un segundo más.

      - “¿Sabes? Llevo años pensando que quizá mi alma gemela no exista, que el amor a primera vista era la mayor mentira jamás contada, que ella estaría ya casada con un multimillonario que no la haría feliz más que con su dinero, pero he de reconocer que me he equivocado” Se miraron. Esa sensación indescriptible volvió a asomarse por su cuerpo dos años después de que Edu se fuese. Le había estado esperando aun cuando no sabía ni su nombre.
        - “Empeñaría mi vida sólo por pasar un minuto a tu lado” La susurró al oído.


          Y entonces Sole supo que todo volvería a salir bien. Regresaban, de nuevo, sus añorados 'Buenos días', los sms de amor y las conversaciones interminables, se mudaba por fin de la calle del olvido. Y entonces, en la noche en la que menos esperó su llegada, la princesa recuperó su trono.

          Fotografía: Ewinor (@Ewinor)