Sígueme

Una, dos, tres... Ninguna. Sólo ella. ¿A quién quiero engañar? ¿A mí mismo? ¿A mi mente caprichosa que no cesa en el empeño de dibujar su cara en el rostro de las personas distantes que comienzan a perfilarse en el horizonte? ¿A mi subconsciente suicida que no deja de soñar con ella? ¿A quién?

La quise sin querer. Sin darme cuenta. Un día la vi, como la veía todos los días pero ya no era la misma, no, al menos no para mi. Era diferente, extrañamente diferente. No la conocía, no tenía el placer, pero algo me decía que era ella, ella y solo ella.

Más de un año después sigo pensando exactamente igual, pero por desgracia me he llevado innumerables desilusiones y muy pocas alegrías. Mil y una veces he jurado no volver a hablarla, olvidarme de ella, pero mil y una veces he roto mi promesa. Es una droga y creo que yo estoy enganchado. Colgado de su sonrisa, prendado de su pelo, juro que no quiero pero cuando menos me lo espero, recaigo. Y con ella vuelve el dolor, el sufrimiento y la amarga indiferencia.

He de reconocer que me encanta pasear por la noche, de regreso a casa. Mucha gente me dice que por qué no cojo el bus, que tardo menos y no me toca andar. No, no, prefiero cientos de veces más el caminar completamente solo, alejándome del bullicio habitual del centro, mientras escucho cada paso que doy o a los coches que pasan por mi lado con cuentagotas, es lo más parecido al silencio. Un silencio que solo me gustaría que fuese rasgado por su voz, una soledad que solo me gustaría que fuese rota por su presencia.

Ayer, después de jurarme de nuevo que no volvería a tropezar por su culpa, la vi, en un rincón oscuro de una noche peculiarmente iluminada por culpa de la luna llena. Ojalá nunca la hubiese visto, ojalá.

Dice el tópico que en ese mismo instante sientes como un puñal te atraviesa el corazón, pero es mentira. Es más bien un alfiler, un diminuto alfiler que se queda clavado casi de por vida impidiendo que la herida tarde en cerrarse. Litros de alcohol y algún que otro pintalabios rojo pasión tatuado en la boca harán falta para que acabe por cicatrizar.

Algún día tendré que visitar al psicólogo, o quizás, mejor, al médico del corazón. No, no, no hablo de un cardiólogo, hablo de un médico del corazón, así, tal cual. ¿Sabéis si existe?

Dani Rivera