Sígueme

Llovía, mejor dicho diluviaba. La noche del fin del mundo parecía un día más cerca y en aquel caótico y desordenado ático de la vetusta Oviedo se podía escuchar cada pocos minutos el rasgar del viento, ese susurro apagado, señal inequívoca de un día inapacible. El trueno y el pitido del timbre de la puerta de abajo parecían haber quedado de antemano para coincidir en el tiempo. Era Abril. La chica, no el mes. Aunque en verdad Oviedo vivía en un cuasieterno abril.

Cuando abrí la puerta pensé que nadie en sus cabales podría dejar de enamorarse de ella. Era un imán, un imán al que yo llevaba enganchado seis años, tres meses y veinte días. Sus veintiún primaveras eran droga dura, sin lugar a dudas. Llegó empadada y a la vez sudorosa, calada por la implacable lluvia que la había pillado por sorpresa mientras se dirigía a no se qué sitio, y sudorosa por culpa de que su juvenil hiperactividad había hecho que subiese por las escaleras los cinco pisos del bloque. Estaba loca. Esa locura con un punto de cordura que me parecía tan tremendamente irresistible. Y a pesar de todo, sin embargo, lucía una sonrisa entre los mechones de pelo mojado que trató de apartarse de la cara.

- “¿Quieres pasar o has venido a empaparme el felpudo?” La dije mirándola de arriba a abajo mientras reía. Parecía que acabase de salir de la ducha

- “Si me das tres minutos te hago una playa a la puerta de casa” me respondió, prolongando aún más su sonrisa.

- “Más te vale que pases ya. Odio la arena de la playa...”

El peculiar sonido de su andar con los playeros empapados se asimilaba al de unas chancletas. En mi mente, el eco de las voces de mi madre advirtiéndome que las gotas de agua harían mella en el parquet, asi que me apresuré a tenderla una toalla para que tratara de secarse lo más rápido posible. Al fondo del pasillo de la entrada casi se podía escuchar el salvaje repiqueteo de la lluvia sobre el cristal. Se avecinaba una tarde lóbrega en Oviedo.

- “¿Te apetece algo de beber?” señalé amablemente cuando se sentó en el sofá, con el pelo ya más seco y con la toalla beige en los hombros.

- “Si no te importa darme un vaso de agua, Víctor”

- “¡Esa no es mi Abril! Yo ya tenía preparada una botella de whisky que llevaba tu nombre” Exclamé mientras ella encendía una sonrisa que se apagó a los pocos segundos.

- “Estoy cambiando, Víc, a todos nos llega un punto en el que, o bien nos vemos obligados a ello, o simplemente cambiamos porque creemos que ha llegado el momento de centrarnos” Era raro escuchar a Abril hablar en un tono tan serio, tan solemne, cuando ella siempre había sido todo lo contrario.

- “¿Y ese punto, tiene nombre?”

- “Llámalo X, el caso es que ha llegado la hora de ser un poco más seria” respondió, mientras daba el primer sorbo al vaso de agua que le acababa de alcanzar y cuando bebió lanzó una carcajada al aire. “Eso no quiere decir que no siga siendo la loca de Abril ¿eh?”

Había perdido la cuenta de las veces en las que mis amigos se habían desesperado por mi culpa, riéndose de las oportunidades que iba perdiendo con Abril, cada vez que cortaba con su último novio o cuando volvía a quedarse sola en su cama una fría mañana de domingo. Ellos pensaban que nunca me había atrevido y que nunca me atrevería a decirla nada, que simplemente era un cobarde más que le dijo al silencio lo que le tenía que haber dicho a ella.

Pero no. Nada de eso. Llevaba más de seis años aguardando el momento preciso, el momento en el cual dejase de buscar compañía en un rincón oscuro de una discoteca del centro para buscar el abrigo de una manta a cuadros escoceses. Nunca quise ser el primero en darla calor tras una ruptura, porque sabía lo que pasaría, simplemente quería ser el primero en ser el último.

Y para eso llevaba años preparándome, para ese instante en el que abriese los ojos y se diese cuenta de lo que en verdad necesitaba. Siempre había sido muy paciente, la verdad es que incluso me gustaba esperar, pensaba que así todo sabía mucho mejor, como el niño que aguarda en la puerta del salón a que sus padres le den permiso para entrar en la mañana de Reyes. Y yo ya tenía la mano en el pomo. No recordaba las veces en las que había pensado en ello, en cómo hacerlo para hacerlo bien y ahora estaba en blanco. Necesitaba que fuese como una peli romántica de un sábado por la tarde, de esas que acaban bien y todos tan contentos.

Regresé a la conversación cuando se puso a hablar de 'X', el chico que la había empujado a cambiar. El último ligue tonto de un viernes noche. Que si cuando el sol se coló por las rendijas de la persiana de su habitación, se había dado realmente cuenta de todo, de que su vida estaba más vacía que la de cualquier persona infeliz y que ella lo era, pese a que lo había intentado camuflar sin éxito con sábanas, almohadas y vasos repletos de alcohol y cubitos de hielo. Que en realidad odiaba el ibuprofeno de los domingos por la mañana y las miradas de los chicos cada vez que pasaba por su lado, que le encantaba quitarse los tacones con el amanecer dominical y tirarse en la cama mientras juraba que no se volvería a repetir. Y hablando de 'X', su pasado, terminamos hablando de futuro.

- “¿No te ves casándote en nueve años?” la pregunté, aunque conociese de antemano la respuesta.

- “¿Con treinta? ¿Estás loco? A mí déjame tiempo y no me agobies” Me sacó la lengua. Una mueca inocente que me llevó a pensar en la Abril de hacía seis años, cuando todavía lucía el uniforme del colegio. Era curioso comprobar que había cambiado tanto y a la vez tan poco.

- “En serio, todas las mujeres, al menos una vez en su vida, han pensado en la boda de sus sueños ¿Me estás queriendo decir que tú no?”

- “Parece mentira que todavía no sepas que yo no soy como todas las mujeres...” Y se quedó en silencio, como si alguien hubiese bajado el volumen con un mando a distancia imaginario.

- “Lo creas o no, lo sé..” Y de repente, como si todo el mundo se hubiese puesto de acuerdo, la lluvia dejó de caer, de repiquetear contra la ventana y nosotros permanecimos en silencio. Otra cosa que siempre me han encantado, los silencios. Hay gente que no sabe manejarlos, yo sí. Pero aquel día no quería que durase mucho, asi que decidí volver a tomar la palabra mientras ella rendía su mirada a las preciosas vistas que ofrecía el apartamento.

- “En los nombres de nuestros hijos sí que habrás pensado ¿no?” En cuanto lo dije mi voz interior entonó un “¡Mierda!” tan alto que pensé que Abril también lo había escuchado.

Apartó la vista del ventanal y me miró. Rió, esa risa nerviosa de los momentos clave. Que ella estuviera nerviosa a mí me tranquilizó. Pocas veces dudaba ante nada y cuando lo hacía es que se trataba de algo muy importante.

- “Ya te avanzo que no admito negociaciones” Nos miramos directamente a los ojos, como si fuese una competición, el que retirase la mirada perdía. “Si es chica, Lucía, si es chico... Diego.

- “Nunca me ha gustado Diego...”

- “Te he dicho que no admito negociaciones, si lo quieres bien, y si no lo...”

No la dejé acabar. Ella tampoco quería terminar esa frase. Me abalancé sobre ella. Ella se abalanzó sobre mí. Siempre me ha gustado Abril, el mes y la que entonces era mi amiga. Seis años, se dice pronto. Había tardado mucho en llegar, pero por fin la tenía a mi lado.

Lo que Abril dijo aquella tarde que comenzaba a vestirse de noche terminó por ser una gran mentira. Seis años después, limpiándose los sudores en un quirófano de Oviedo, respondió a la matrona: “Víctor, se llamará Víctor.”

Daniel Rivera
@DaniRivera4S

Imagen vía


Todos hemos sido alguna vez ese tipo que no quiere levantarse de su cama. Porque a veces vivir en el presente no es tan estimulante como vivir en el pasado. E hipotecamos nuestro futuro.



Estoy en el paro. Y sólo sé que ya no me graduaré en la universidad de tus sábanas. Ya debes andar buscando un profesor particular. 

Sí, ahora leo mis poemas en Youtube. Siento las molestias. Nunca me gustó escuchar mi voz.