Sígueme
Mis dedos son expertos en contarte,
por debajo de tu falda,
lo mucho que me haces falta
para que los otoños
no planten banderas en mi mirada.

Mis labios me delatan,
como si un juez fuera a descontarles
años de no sé qué condena
a cambio de susurrarte
lo frío que está tu lado de la cama
cada vez que te vas.

Mis piernas caminan hacia ti
con la seguridad que otorga
el regreso a la patria,
esa tierra sin sobresaltos
que está un  poco más allá
de la frontera de tu piel.

Y luego están mis manos.
Esas son las peores.

Tiemblan al acariciarte
como si el niño que un día fui
abriera los regalos
bajo un árbol de navidad.

Todo esto es lo que más me gusta de ti,
que me hagas colapsar cada vez que te veo,
que todas las veces sean como la primera vez,
que tenga que disimular con mi gesto adusto y serio
lo afortunado que fui en encontrarte.
No dejar pistas
para que nadie lo sepa.
Sí, hay que mantenerlo en secreto:
ni mis dedos, ni mis labios, ni mis piernas
y tampoco, claro, mis manos,
pueden desvelarlo.

Ya sabes lo que le hace este mundo
a la gente que es feliz.

Un par de cafés,
siete folios arrugados
y un bolígrafo BIC
que dejó de escribir,
son tus últimas víctimas.

Qué difícil está esto.

A ver cómo cojones
explico yo en un poema
lo que todo Dios
comprendería al mirarte.

@DaniRivera4S