Sígueme

Apenas se inmutó,
logró convertir su orgasmo
en un trámite burocrático
de lunes por la mañana.

Cuando terminó
se echó a un lado de la cama
y agarró su paquete de tabaco.

Comenzó a fumar
y, pese a que sabía que él lo detestaba,
el humo empezó a inmolarse contra el techo.

El chico logró articular un ‘te quiero’ sincero
y amplió su sonrisa al abrazarla.

Ella seguía a su lado, inmóvil,
sin ningún sentimiento en su cara
y con la mirada perdida en algún lugar,
vete tú a saber dónde,
pero a buen seguro
que a muchos kilómetros de allí.



Dani Rivera@DaniRiveraR

El tren ha llegado puntual. Ella no se quería bajar porque aún es incapaz de asumir que el cole ha comenzado. Y que mañana tiene clase. Lo cierto es que no me gustan mucho los niños que no son de mi familia, y menos para compartir con ellos una hora de tren desde el asiento de al lado, pero esta niña tenía algo que me ha recordado a mi prima. Quizá por eso ha logrado enternecerme. En un último intento ha tratado de convencer a su madre de que mañana no había clase. Ella, que no tendrá más de tres años. Obviamente, no le ha servido de mucho. Ha fruncido el ceño, pero ha aceptado su cruel destino sin alzar la voz. Y madre e hija se han perdido en el caos que envuelve Chamartín los domingos por la tarde.

Treinta minutos después, mi cabeza asomaba por las escaleras que suben del metro hasta Islas Filipinas. Eran las nueve y la noche invadía el cielo. Se me hacen difíciles los anocheceres de septiembre porque siempre espero ver la luz de una tarde veraniega y me topo con plena noche otoñal. He cruzado en rojo el semáforo que creo que nunca he cruzado en verde. Había chicos en un banco de la calle con dos litronas y he pensado que no me importaría ser ellos. Guzmán El Bueno aún conserva el murmullo intenso de las noches de verano, cuando las terrazas aún están donde deben y la gente se agolpa en la cola del mexicano o cruza la acera para tomarse una hamburguesa en un sitio pijo de la muerte. De esos en los que te cobran como si en vez de estar en primera línea de asfalto, estuvieses en primera línea de playa.

Supuse que mis compañeros de piso no estarían y así ha sido. He abierto la puerta y me ha invadido, de golpe, un espantoso olor a soledad. He caminado por el pasillo hasta mi habitación procurando marcar bien cada pisada. Tengo miedo al ruido que hace el silencio. Es lo peor de estar solo. La vecina de arriba estaba escuchando Telemadrid. No sé de qué estarán hechas estas paredes, pero espero que fuesen de un material lo suficientemente robusto para que ahogase tus gemidos. O no. Ojalá no lo fuese. Que se jodan. Y hablando de joder y de ti, todavía queda purpurina en mi almohada. Ha durado más que tú.

La persiana del salón estaba bajada. No hay cosa que más me guste de Madrid que subirla y ver el edificio de enfrente de mi casa. Me encanta la fachada salpicada de luces y la gente haciendo sus vidas detrás del cristal. Menos mal que es cristal y no espejo porque me asustaría ver mi vida reflejada. Las chicas del primero se han marchado este verano. Ahora hay no se quién que no augura tan buenos momentos como los que nos dieron ellas. He dejado que mi frente descansara sobre el cristal frío. Me he quedado mirando a la calle con la mirada perdida en algún sitio de un pasado sin código postal. No sé qué teleoperador me dio de alta en la madurez. Tampoco sé muy bien cuándo fue. No recuerdo, si quiera, el momento en el que dejé de ser un niño. Pero me estoy dando cuenta ahora.


Dani Rivera