El tren ha llegado puntual. Ella
no se quería bajar porque aún es incapaz de asumir que el cole ha comenzado. Y
que mañana tiene clase. Lo cierto es que no me gustan mucho los niños que no
son de mi familia, y menos para compartir con ellos una hora de tren desde el
asiento de al lado, pero esta niña tenía algo que me ha recordado a mi prima.
Quizá por eso ha logrado enternecerme. En un último intento ha tratado de
convencer a su madre de que mañana no había clase. Ella, que no tendrá más de
tres años. Obviamente, no le ha servido de mucho. Ha fruncido el ceño, pero ha
aceptado su cruel destino sin alzar la voz. Y madre e hija se han perdido en el
caos que envuelve Chamartín los domingos por la tarde.
Treinta minutos después, mi
cabeza asomaba por las escaleras que suben del metro hasta Islas Filipinas.
Eran las nueve y la noche invadía el cielo. Se me hacen difíciles los
anocheceres de septiembre porque siempre espero ver la luz de una tarde
veraniega y me topo con plena noche otoñal. He cruzado en rojo el semáforo que
creo que nunca he cruzado en verde. Había chicos en un banco de la calle con
dos litronas y he pensado que no me importaría ser ellos. Guzmán El Bueno aún
conserva el murmullo intenso de las noches de verano, cuando las terrazas aún
están donde deben y la gente se agolpa en la cola del mexicano o cruza la acera
para tomarse una hamburguesa en un sitio pijo de la muerte. De esos en los que
te cobran como si en vez de estar en primera línea de asfalto, estuvieses en
primera línea de playa.
Supuse que mis compañeros de piso
no estarían y así ha sido. He abierto la puerta y me ha invadido, de golpe, un
espantoso olor a soledad. He caminado por el pasillo hasta mi habitación
procurando marcar bien cada pisada. Tengo miedo al ruido que hace el silencio.
Es lo peor de estar solo. La vecina de arriba estaba escuchando Telemadrid. No
sé de qué estarán hechas estas paredes, pero espero que fuesen de un material
lo suficientemente robusto para que ahogase tus gemidos. O no. Ojalá no lo
fuese. Que se jodan. Y hablando de joder y de ti, todavía queda purpurina en mi almohada. Ha durado más que tú.
La persiana del salón estaba
bajada. No hay cosa que más me guste de Madrid que subirla y ver el edificio
de enfrente de mi casa. Me encanta la fachada salpicada de luces y la gente
haciendo sus vidas detrás del cristal. Menos mal que es cristal y no espejo
porque me asustaría ver mi vida reflejada. Las chicas del primero se han marchado
este verano. Ahora hay no se quién que no augura tan buenos momentos como los
que nos dieron ellas. He dejado que mi frente descansara sobre el cristal frío.
Me he quedado mirando a la calle con la mirada perdida en algún sitio de un
pasado sin código postal. No sé qué teleoperador me dio de alta en la madurez.
Tampoco sé muy bien cuándo fue. No recuerdo, si quiera, el momento en el que
dejé de ser un niño. Pero me estoy dando cuenta ahora.
Dani Rivera
La verdad es que está bastante bien. La expresiones muchas de ellas poéticas....me gustan mucho. Pero hay un fallo, los tiempos de los verbos: primero escribes en presente como si estubieras contando la historia al tiempo q va pasando; y luego la cuentas en pasado.....los fallos con los tiempos verbales son frecuentes, pero a veces cambian totalmente la historia. A mi me pasa muchas veces ;)
ResponderEliminarLa verdad es que está bastante bien. La expresiones muchas de ellas poéticas....me gustan mucho. Pero hay un fallo, los tiempos de los verbos: primero escribes en presente como si estubieras contando la historia al tiempo q va pasando; y luego la cuentas en pasado.....los fallos con los tiempos verbales son frecuentes, pero a veces cambian totalmente la historia. A mi me pasa muchas veces ;)
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