Sígueme

Nunca supo el por qué
todo Callao comenzó a llamarla así,
tal vez por dejar que su piel
se acostase con la soledad

Annie la de los ojos tristes
nunca más volvió a tener otro apellido que su mirada
cuando los reservados se convirtieron en su hogar
y todos los camellos del barrio la fiaban

Annie la de los ojos tristes
no cometió más pecado que empeñar su corazón
a cambio de amaneceres con un tipo al que nunca le importó
la diferencia entre follar y hacer el amor

Annie la de los ojos tristes
empezó a tener butaca reservada en Proyecto Hombre
y se iba marchitando, poco a poco,
a medida que el resto conocían su nombre

Y mientras Annie y sus ojos tristes
esnifaba todos los pasos de cebra de Madrid,
se alejó de la vida para siempre,
de besos y de miradas cómplices en cualquier rincón de París

@DaniRivera4S

Llovía, mejor dicho diluviaba. La noche del fin del mundo parecía un día más cerca y en aquel caótico y desordenado ático de la vetusta Oviedo se podía escuchar cada pocos minutos el rasgar del viento, ese susurro apagado, señal inequívoca de un día inapacible. El trueno y el pitido del timbre de la puerta de abajo parecían haber quedado de antemano para coincidir en el tiempo. Era Abril. La chica, no el mes. Aunque en verdad Oviedo vivía en un cuasieterno abril.

Cuando abrí la puerta pensé que nadie en sus cabales podría dejar de enamorarse de ella. Era un imán, un imán al que yo llevaba enganchado seis años, tres meses y veinte días. Sus veintiún primaveras eran droga dura, sin lugar a dudas. Llegó empadada y a la vez sudorosa, calada por la implacable lluvia que la había pillado por sorpresa mientras se dirigía a no se qué sitio, y sudorosa por culpa de que su juvenil hiperactividad había hecho que subiese por las escaleras los cinco pisos del bloque. Estaba loca. Esa locura con un punto de cordura que me parecía tan tremendamente irresistible. Y a pesar de todo, sin embargo, lucía una sonrisa entre los mechones de pelo mojado que trató de apartarse de la cara.

- “¿Quieres pasar o has venido a empaparme el felpudo?” La dije mirándola de arriba a abajo mientras reía. Parecía que acabase de salir de la ducha

- “Si me das tres minutos te hago una playa a la puerta de casa” me respondió, prolongando aún más su sonrisa.

- “Más te vale que pases ya. Odio la arena de la playa...”

El peculiar sonido de su andar con los playeros empapados se asimilaba al de unas chancletas. En mi mente, el eco de las voces de mi madre advirtiéndome que las gotas de agua harían mella en el parquet, asi que me apresuré a tenderla una toalla para que tratara de secarse lo más rápido posible. Al fondo del pasillo de la entrada casi se podía escuchar el salvaje repiqueteo de la lluvia sobre el cristal. Se avecinaba una tarde lóbrega en Oviedo.

- “¿Te apetece algo de beber?” señalé amablemente cuando se sentó en el sofá, con el pelo ya más seco y con la toalla beige en los hombros.

- “Si no te importa darme un vaso de agua, Víctor”

- “¡Esa no es mi Abril! Yo ya tenía preparada una botella de whisky que llevaba tu nombre” Exclamé mientras ella encendía una sonrisa que se apagó a los pocos segundos.

- “Estoy cambiando, Víc, a todos nos llega un punto en el que, o bien nos vemos obligados a ello, o simplemente cambiamos porque creemos que ha llegado el momento de centrarnos” Era raro escuchar a Abril hablar en un tono tan serio, tan solemne, cuando ella siempre había sido todo lo contrario.

- “¿Y ese punto, tiene nombre?”

- “Llámalo X, el caso es que ha llegado la hora de ser un poco más seria” respondió, mientras daba el primer sorbo al vaso de agua que le acababa de alcanzar y cuando bebió lanzó una carcajada al aire. “Eso no quiere decir que no siga siendo la loca de Abril ¿eh?”

Había perdido la cuenta de las veces en las que mis amigos se habían desesperado por mi culpa, riéndose de las oportunidades que iba perdiendo con Abril, cada vez que cortaba con su último novio o cuando volvía a quedarse sola en su cama una fría mañana de domingo. Ellos pensaban que nunca me había atrevido y que nunca me atrevería a decirla nada, que simplemente era un cobarde más que le dijo al silencio lo que le tenía que haber dicho a ella.

Pero no. Nada de eso. Llevaba más de seis años aguardando el momento preciso, el momento en el cual dejase de buscar compañía en un rincón oscuro de una discoteca del centro para buscar el abrigo de una manta a cuadros escoceses. Nunca quise ser el primero en darla calor tras una ruptura, porque sabía lo que pasaría, simplemente quería ser el primero en ser el último.

Y para eso llevaba años preparándome, para ese instante en el que abriese los ojos y se diese cuenta de lo que en verdad necesitaba. Siempre había sido muy paciente, la verdad es que incluso me gustaba esperar, pensaba que así todo sabía mucho mejor, como el niño que aguarda en la puerta del salón a que sus padres le den permiso para entrar en la mañana de Reyes. Y yo ya tenía la mano en el pomo. No recordaba las veces en las que había pensado en ello, en cómo hacerlo para hacerlo bien y ahora estaba en blanco. Necesitaba que fuese como una peli romántica de un sábado por la tarde, de esas que acaban bien y todos tan contentos.

Regresé a la conversación cuando se puso a hablar de 'X', el chico que la había empujado a cambiar. El último ligue tonto de un viernes noche. Que si cuando el sol se coló por las rendijas de la persiana de su habitación, se había dado realmente cuenta de todo, de que su vida estaba más vacía que la de cualquier persona infeliz y que ella lo era, pese a que lo había intentado camuflar sin éxito con sábanas, almohadas y vasos repletos de alcohol y cubitos de hielo. Que en realidad odiaba el ibuprofeno de los domingos por la mañana y las miradas de los chicos cada vez que pasaba por su lado, que le encantaba quitarse los tacones con el amanecer dominical y tirarse en la cama mientras juraba que no se volvería a repetir. Y hablando de 'X', su pasado, terminamos hablando de futuro.

- “¿No te ves casándote en nueve años?” la pregunté, aunque conociese de antemano la respuesta.

- “¿Con treinta? ¿Estás loco? A mí déjame tiempo y no me agobies” Me sacó la lengua. Una mueca inocente que me llevó a pensar en la Abril de hacía seis años, cuando todavía lucía el uniforme del colegio. Era curioso comprobar que había cambiado tanto y a la vez tan poco.

- “En serio, todas las mujeres, al menos una vez en su vida, han pensado en la boda de sus sueños ¿Me estás queriendo decir que tú no?”

- “Parece mentira que todavía no sepas que yo no soy como todas las mujeres...” Y se quedó en silencio, como si alguien hubiese bajado el volumen con un mando a distancia imaginario.

- “Lo creas o no, lo sé..” Y de repente, como si todo el mundo se hubiese puesto de acuerdo, la lluvia dejó de caer, de repiquetear contra la ventana y nosotros permanecimos en silencio. Otra cosa que siempre me han encantado, los silencios. Hay gente que no sabe manejarlos, yo sí. Pero aquel día no quería que durase mucho, asi que decidí volver a tomar la palabra mientras ella rendía su mirada a las preciosas vistas que ofrecía el apartamento.

- “En los nombres de nuestros hijos sí que habrás pensado ¿no?” En cuanto lo dije mi voz interior entonó un “¡Mierda!” tan alto que pensé que Abril también lo había escuchado.

Apartó la vista del ventanal y me miró. Rió, esa risa nerviosa de los momentos clave. Que ella estuviera nerviosa a mí me tranquilizó. Pocas veces dudaba ante nada y cuando lo hacía es que se trataba de algo muy importante.

- “Ya te avanzo que no admito negociaciones” Nos miramos directamente a los ojos, como si fuese una competición, el que retirase la mirada perdía. “Si es chica, Lucía, si es chico... Diego.

- “Nunca me ha gustado Diego...”

- “Te he dicho que no admito negociaciones, si lo quieres bien, y si no lo...”

No la dejé acabar. Ella tampoco quería terminar esa frase. Me abalancé sobre ella. Ella se abalanzó sobre mí. Siempre me ha gustado Abril, el mes y la que entonces era mi amiga. Seis años, se dice pronto. Había tardado mucho en llegar, pero por fin la tenía a mi lado.

Lo que Abril dijo aquella tarde que comenzaba a vestirse de noche terminó por ser una gran mentira. Seis años después, limpiándose los sudores en un quirófano de Oviedo, respondió a la matrona: “Víctor, se llamará Víctor.”

Daniel Rivera
@DaniRivera4S

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Todos hemos sido alguna vez ese tipo que no quiere levantarse de su cama. Porque a veces vivir en el presente no es tan estimulante como vivir en el pasado. E hipotecamos nuestro futuro.



Estoy en el paro. Y sólo sé que ya no me graduaré en la universidad de tus sábanas. Ya debes andar buscando un profesor particular. 

Sí, ahora leo mis poemas en Youtube. Siento las molestias. Nunca me gustó escuchar mi voz.




Estoy en el paro.
Se ve que mi carrera en el amor
no se puede convalidar en la universidad de tus sábanas,
tampoco me apetece empezar tu máster en bragas caídas
porque yo quiero hacerte feliz con ellas puestas.
Y no como otros.

De qué me sirve a mí ahora
ser restaurador de corazones toso
si un médico nunca se pudo curar a sí mismo,
de qué me sirve a mí ahora
ser el arquitecto de tu sonrisa perfecta
si ya nunca podré contemplar mi obra,
dime, por favor, de qué me sirve
ser abogado en tus causas perdidas
si te perdiste en las causas de otros
y no en las mías.

Ahora regresa a nuestra casa
y recoge tus cosas.
Pero a mí déjame, solo,
preguntándome qué hice tan mal
como para terminar despedido de tus sueños.

Después echaré un par de currículums
en otras camas.
A ver si hay suerte
y me cogen.

Dani Rivera
@DaniRivera4S

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Reinicia los días
como aquel ordenador viejo que ya no responde
-cambia ordenador por corazón
y tendrás su historia-.

Se pelea cada amanecer
con aquella alarma, puta aliada de la rutina,
queriendo vivir para siempre en su cama,
quien ya no espera nada de la vida.

Se levanta, alicaído y a las tantas,
apoyando primero el pie derecho para no tentar aún más a la suerte,
una suerte que le es tan esquiva
como la mirada huidiza de la chica de sus (sueños) realidades.

Se enciende un cigarrillo
y mientras apura, calada a calada, su esperanza
se ducha con el llanto de aquel que perdió algo
por el mero hecho de nunca pelearlo.

Y el hombre que nunca amanece
regresa a la soledad de una almohada sin guerras,
a la amargura de un pijama sin fiesta,
a la oscuridad de su cama sin ella.

Nota: 
Es triste.
Nunca dije que la historia del hombre que nunca amanece
fuera alegre.
Él, que por miedo a repetir el pasado,
dejó de vivir el presente
e hipotecó su futuro.

Daniel Rivera
@DaniRivera4S

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Sí, sé que te quejas todas las noches, justo antes de apagar la luz. Lo haces en silencio, pero en el último segundo, cuando la oscuridad va a engullir nuestra habitación, me miras. Siempre supe descifrar tus miradas, al menos desde que te conocí hace un par de años. Ese vistazo fugaz de "Otra noche igual y van ya no sé cuantas". Pero créeme, es mejor así.

Mejor así. Sin un 'Te quiero' y mi sonrisa que le precede. Y la tuya que le sigue. Sin esa sensación de pertenencia, de que esa persona que comparte cama desea estar realmente ahí. Pertenencia, qué mal suena. Créeme, es mejor esta despedida fría. El último beso de una fecha que jamás recordaremos y apagar la luz, metáfora perfecta del día que agoniza.

Porque no hay nada peor en la vida que un 'Te quiero' rutinario. Una frase que pierde todo aquello que la convierte en especial, la espontaneidad, la sorpresa. La señal para bajar los brazos y dejar de pelear. Porque... ¿Qué sentido tiene luchar por algo que ya es tuyo?

Créeme, es mejor así. Que justo antes de apagar la luz estemos tú y yo en una habitación que ya es nuestra. Por eso es mejor que me esfuerce en retener los mil 'Te quiero' que nunca te dije para que el que te diga siga sonando como la primera vez.

Daniel Rivera

Mis amigos siempre me apretaron para que fuera vlogger, o youtuber, como queráis. "Igual hasta haces gracia" me decía un amigo "a lo mejor somos los únicos que no entendemos tu humor" señaló mientras ahogaba una risa. El caso es que me han entrado las ganas -veremos cuando se terminan- de contar una de mis historias, uno de mis relatos, en un corto. Creo que lo de director de cine no se me daría mal. Incluso quizá me toque actuar, quién conocería mejor a un personaje que su creador. Aunque la cámara y yo nos llevemos a matar.

Y ya tengo la idea, la historia, aunque aún me falten los medios y alguno de los conocimientos necesarios para rodar. Cámara y equipo, por ejemplo. Y con el trabajo que esto conlleva, quizá deje RduR un poco de lado. Un poco sólo.

Espero traer buenas nuevas en poco tiempo. Nada me gustaría más que estrenar mi corto en este mi espacio.


"Mueve, mueve"
Me advertía su sonrisa de media luna
como diciendo que, hiciera lo que hiciera,
todo iba a salir mal.
Para mí.
Y no sólo en el ajedrez.

"Mueve, mueve"
decía, y yo siempre movía,
moviendo por mover,
porque era imposible concentrarse
estando ella enfrente.

Antes de llegar ella con su ajedrez
mis tardes se juntaban con mis noches,
y mis noches, a su vez, con nuestras mañanas.
-Nuestras porque siempre las compartía
aunque sólo fuera hasta unos anónimos 'Buenos días'-.

Pero cuando me di cuenta
de que ella sería la reina de mi juego de damas
su mirada irreverente me degradó a peón,
un peón que avanza pasito a pasito
hacia un destino ya escrito,
un peón que anhela tener caballo,
una torre,
y a su reina.

Dani Rivera
@DaniRivera4S

Esto van dos que se besan
en un ademán suicida que terminará
con un beso que muere entre dos labios.

Esto van dos que se besan
mientras desenfundan una mirada cómplice
como quien conoce el final de la historia.

Esto van dos que se besan,
a los que una cosa llevó a la otra
y acabaron deshaciendo la cama.

Esto van dos que se besan
y, como quien no quiere la cosa,
terminó él enamorado y ella resacosa.

Esto van dos que se besan...
Y uno acaba con el corazón roto.

Dani Rivera
@DaniRivera4S

Se venden retales de un corazón deshilachado
porque llegué a la conclusión de que es más fácil no tenerlo
que pasarse toda la vida cosiendo.

Se alquilan las ganas de perder la vergüenza,
de hacer ahogar un grito de placer en la almohada más cercana
mientras despeina mi cabeza perdida entre sus dos piernas.

Se empeñan los 'Te necesito' que se quedaron en la punta de la lengua
los besos en la recámara que no prendieron por falta de pólvora
y los whisky con coca cola que necesitaré para olvidarla.

Pregunten por el hombre de la gabardina gris
que camina cabizbajo todas las noches de lluvia
por aquella maldita calle del pasado
en la que sólo transitan los recuerdos amargos.

Dani Rivera

Me vienen hoy a la cabeza imágenes -y me maldigo por ello-
comparando lo que fuimos y lo que podríamos haber sido
como quien contrapone realidad y expectativa
en un juego donde sólo conseguiré hacerme aún más daño
-De lo que me hiciste tú-.

Podrías haber sido
la mejor forma de despertarse un lunes por la mañana
el café caliente de los martes de dudas
la sonrisa que se burla del mundo un miércoles
la posibilidad de levantarte la falda un jueves cualquiera
el alcohol que cura mis heridas de los viernes noche
las ganas de follarte -aún más si cabe- un sábado tonto
y mi desayuno en la cama de los domingos soleados

Pero sin embargo te conformaste con ser
una auténtica hija de la gran puta.

Dani Rivera

Hace unos meses alguien me dio la chispa que necesitaba para terminar de prender. Tras época de irregularidades, de no saber sobre qué escribir, encontré mi inspiración encerrada en un libro. Ahora, con el verano por delante y con más tiempo disponible, puedo afrontar el reto de maquetar mi libro, mi propio libro, una recopilación de relatos, poemas y reflexiones, algunos inéditos, otros que aparecen entre las páginas de este blog o en el de Cuatro Suspiros.

Desde pequeño siempre tuve el sueño de tener algo mío, un libro en papel que poder guardar en mi librería. Ese sueño está lejos, pero cada día un paso más cerca. Quizá, si logro engatusar a alguna editorial, Relatos de un Romántico vea la luz, físicamente hablando. Lo único que sé es que voy a dar todo lo que pueda dar para que, como mínimo, salga en versión online y gratuita.

En unos días nos vemos. Y tendré una sorpresita.

Dani Rivera

Te observo desde una distancia prudencial,
como aquel que contempla lo que podría tener si se atreviera,
como el cuento de una lechera que no tuvo valor
porque también se requiere de valentía para cumplir un sueño.

Te observo desde mi distancia de seguridad,
entre nosotros, justo en medio, sólo nos separa mi cobardía,
un muro infranqueable construido a base de 'qué pudo haber sido'
con ladrillos en condicional, la forma verbal más triste que existe.

Te observo yo, porque tú nunca miras,
inconsciente de que, en tu tristeza, hay alguien capaz de hacerte feliz,
de sacarle brillo a tu sonrisa polvorienta, olvidada ya en algún rincón,
de contemplarte desde la cama mientras te marchas, orgulloso de tenerte.

Te observo y me invaden unas ganas locas de perder la cabeza,
de saltar por fin el muro, de acelerar tu corazón al ralentí,
de demostrarte que todas las decepciones pasadas
te ayudarán a ser más feliz.

Conmigo.
Porque firmaría mi declaración de tu dependencia
sólo para observarte un poco más cerca.
A escasos centímetros.
Y en mi cama.

Dani Rivera

Tengo un problema.

Desde hace ya tiempo tengo déjà vus en los que todo se repite. Todo, salvo la chica. Mismas situaciones, mismos escenarios y ningún sentimiento. Ninguno. Tengo déjà vus reales con decenas de mujeres pero, sin embargo, sólo sueño con ella. Y duele.

Quizá es que me convertí en un príncipe de alquiler, con un esmoquin arrendado que terminará la noche descansando sobre suelo enemigo. Tal vez es que para tratar de olvidarla me sumergí entre otras piernas con la esperanza de que, al regresar de nuevo a tierra, me encontrarse su cara. Puede ser, imagino, que yo buscara en sábanas ajenas lo que ella nunca me dio en las suyas. No sé.

Aunque, si os soy sincero, creo que sólo intento aliviar la culpa por no atreverme jamás a desenfundar aquel 'Te necesito' que se quedó a vivir en la punta de mi lengua. Puede que siga enamorado de ella aunque nunca me haya atrevido a confesárselo y en parte sé que explorando bajo otras faldas sólo trato de sofocar el amargor de una derrota para dejar de martirizarme con los '¿Y qué pudo haber sido?'

Y por eso me pierdo en cada noche, para que no sea capaz de encontrarme y decirme lo feliz que es con el tipo que hizo lo que yo nunca me atreví a hacer. En definitiva, quisiera pasar horas en miles de camas, pero la noche entera sólo en la suya.

Ese es mi problema.

Dani Rivera

Ya me estoy desintoxicando de tu droga,
dejé de buscar por oscuros callejones
a aquellos que supieran dónde encontrarte.

Que las cicatrices que decoran mis brazos
sólo evocan que hace mucho tiempo
que no recorres mis venas.

Y lo mejor de olvidarte,
de saber que ya encontraste final para nuestra historia,
es tener la certeza de que llegará alguien mejor que tú
que pinte de blanco la pared del recuerdo
y empiece a garabatear sobre ella
un nuevo “Érase una vez”

Porque, llámame optimista,
pero el final de cada aventura sólo significa
que la mujer de mi vida está un paso más cerca.

Y no.
Lógicamente no eras tú.

Dani Rivera
Imagen: Skyscrapercity.com

Tengo ganas de llorar
pero nunca fui de lágrima fácil.
Tengo ganas de escribir pero no tengo fuerzas,
siempre estuve inspirado tras un 'Adiós' cruel.
Tengo conversaciones kilométricas con las que me derrumbaría,
pero me obligo a mí mismo a no leerlas jamás.
Tengo el corazón acelerado y por primera vez no es por culpa del amor
sino de todo lo contrario.
Tengo muchos recuerdos archivados
y cuantos más tienes, más duele el olvido.
Tengo mil y un silencios tuyos
que ahora cobran sentido.
Tengo tu portazo de despedida
en el modo replay de mi mente.
Tengo, al fin y al cabo, una soledad que regresa
y una esperanza que se marcha.

Y tengo una certeza...

Porque lo peor de todo es que sé que tú no estás igual.
Y que hoy camuflarás los gritos de tu corazón con el ruido de los muelles.

Dani Rivera
@DaniRivera4S
Imagen: FranciscoAcuyo.com

Fui el guapo de la clase, pero nunca supe medir los tiempos. A mis inocentes doce pensaba que las chicas que dibujaban corazoncitos encima de la 'i' de Dani siempre estarían ahí. Al año siguiente se marcharon. No pensaba que a mis inocentes diez y dos ya fuese lícito desenfundar un beso en los labios. Lo dicho. Jamás supe medir los tiempos.

Sin embargo me tocó vivir en la generación del vértigo. En la de los besos a los doce, el sexo a los dieciséis y el primer desengaño amoroso a los dieciocho. En la de los cigarrillos de después de la clase de Ciencias Naturales y en la de los botellones para festejar que habíamos terminado con segundo de la ESO.

Así que pagué mis errores con una retahíla de 'Hasta siempre'. Las chicas que un año me 'quisieron' se largaron al siguiente con aquellos para los que no estuviera prohibido que dos soledades se juntaran en el roce de unos labios. A partir de ahí fui descompasado.

Aplacé mi primera cita, mi primera vez, mi primer adiós. Cuando el resto ya había querido y perdido yo todavía no había ni besado. Cuando los demás ya se habían perdido en miles de noches regadas con alcohol, condones y caladas esporádicas, yo apenas había saboreado mi primer 'Te quiero'.

Ya dije que nunca supe medir los tiempos. O quizá es que yo sí sé medirlos y es el mundo el que se ha vuelto loco.


No sé.

Imagen: Todobrujeria.blogspot.com

Alcanzar una meta es siempre dejar de luchar. Llegar a tu objetivo significa saborear la victoria, una victoria cimentada a base de un esfuerzo proporcional a la satisfacción lograda. 

Por eso jamás digo 'Te quiero'.

Porque no deja de ser la señal para bajar los brazos, para coger una bocanada reparadora de aire, tirarse al suelo y dejarse llevar. La respuesta a un 'Te quiero' precipitado siempre es un 'Te hiero' sin intención.

Por eso nunca deberíais desenfundar un 'Te quiero' sin saber que tu rival tiene un 'Te amo' en la punta de la lengua. Porque un 'Te quiero', al fin y al cabo, otorga a tu contrincante la capacidad de destruirte, porque un 'Te quiero' verdadero es enseñar las cartas en mitad de una partida sin concluir.

Dani Rivera
@Dani_RiveraRuiz || @DaniRivera4S
Imagen: Quiéreme si te atreves

Ha pasado tanto tiempo y todavía recuerdo el primer día que la vi. Desde aquel momento me declaré fan de su sonrisa, desde aquel instante llevo colgado de sus palabras y todavía no sé cómo voy a bajarme de esta pared. Ha pasado tanto tiempo y todo sigue tan intacto. Todo, cada vez que la veo, es más, cada vez que la vislumbro en la lejanía, cada vez que quedamos y aguarda impaciente mi llegada, sigo sintiendo que dejo de ser yo para volver a ser aquel chaval inocente que se perdió en un cruce de miradas con la chica de sus sueños.

Ha pasado tanto tiempo y todo en ella ha cambiado. Dejó de ser una niña para convertirse en una mujer, dejó de tener su corazón abierto para tenerlo destrozado, una más de las que se enamora de aquel que no debió. Ha pasado tanto tiempo y sigo sintiendo los puñeteros nervios de una cita especial, de la cita con la que llevas meses esperando, justo desde que quedaste con ella por última vez. Ha pasado tanto tiempo...

Pero aprendí a vivir sin más aspiraciones que verla cada cuatro o cinco semanas, mientras me sonríe amparada por aquella cerveza que tanto ella como yo sabemos que no se acabará. No, porque mientras hablamos deja la compañía del liviano alcohol para encender un cigarrillo. Y entre calada y calada, historia e historia, se la olvidará y esa caña terminará semi acabada en la bandeja de un servicial camarero que no la ha tirado los tejos porque ha visto que estaba yo. Y mientras emprende el regreso a la barra, piensa que ojalá la vea algún sábado por la noche y no esté trabajando para que quizá surja algo. Y yo me quedo con las ganas de decirle que se ponga a la cola, que llevo más de un lustro gritándola en silencio que '¡Eh! Fíjate en mí' pero nunca se fija.

Y volvemos a la conversación. Bueno, en realidad sigue hablando ella, yo me perdí en la tercera palabra observando el movimiento sensual de sus labios. Y sonríe y deja de hablar mientras regresa al lado de su amigo el tabaco. Me cede cortésmente el turno de palabra y yo dejo mi mundo, que en realidad es el suyo, para contarla lo primero que se me pasa por la cabeza aguardando que termine la calada y continúe hablando de cómo se ligó a aquel chico que parecía imposible. Hace tiempo que preferí no escucharla. Imagino que no sabe lo mucho que duele escuchar las aventuras y desventuras de un romance como el que yo quiero tener con ella pero que nunca llega. Es más, lo daría todo porque respondiese con un breve '¡Sí!' a una sencilla pregunta que la formularía mientras su corazón y el mío comienzan a desbocarse. Pero nunca sucede.

Sí. Sé que soy la persona más afortunada del mundo por tenerla a mi lado. Y sí. También sé que soy el hombre más desdichado de la faz de la tierra que, aún sabiendo lo que quiere, no puede tenerlo y que, además, debe convivir con ello todos y cada uno de los días. Y ya van cinco años.

Si ella supiera que la quiero, si de una vez por todas me dejase de bobadas y me atreviese a confesárselo. Si después de tanto tiempo me tragase el orgullo para morder sus labios. Si derramase la cerveza al abalanzarse sobre mí tras susurrarla lo que siento, si dejase la compañía de ese cigarrillo que cree que la hace tan irresistible para estar conmigo, si abandonase a tipos como ese camarero que después de levantarnos de la mesa se quedó observándola como si fuera un póster de la última tia buena y semi desnuda de turno. Y si... Y si dejase de ser un cobarde quizá perdería lo único que tengo ahora. Y si fuese un valiente quizá ganaría lo único que no tengo ahora. Lo único que sé de todo esto es que la quiero. Y creo que es suficiente.

Dani Rivera
Imagen vía Flickr

Nunca me han gustado los helados. Jamás. Esa sensación en los dientes... Es algo que me gustaría que quedase claro.


Seguramente de haber tenido allí un helado, se habría derretido antes de que hubiese podido terminarlo. La chimenea crepitaba como pocas veces antes había visto y yo, sentado en la alfombra de terciopelo rojo, a su orilla, abría la caja que nunca me hubiese gustado abrir.

Cincuenta días sin ella. Se decía pronto, pero se me habían hecho eternos. Cincuenta besos de 'Buenas noches' que jamás iba a recuperar. Cincuenta 'Buenos días' perdidos que me hacían recordar los que tuve. María nunca fue una más, siempre quise que fuera la última. Antes de conocerle había dejado de creer en el amor... Y entonces llegó ella y me recordó que quizá el amor se siente tan pocas veces que tendemos a olvidar esa sensación, a veces angustiosa, ese latido profundo en el pecho al pensar en ella, ese suspiro de 'Ojalá estuviera aquí', esa mirada caída que trataba de recordar cada centímetro de su piel aunque estuvieras danzando al molesto vaivén de un viejo cercanías.

Al desdoblar una de las solapas de la caja de cartón, el polvo, a la vez que el vetusto recuerdo, hizo acto de presencia. Aquel momento era tan radicalmente diferente al que un día soñé, que se me pasó por la cabeza parar justo ahí y devolver el polvoriento arca al lugar del que quizá no debería haber sido rescatado. Siempre pensé que en ese momento ella estaría a mi lado, a la vera de la chimenea, tumbados en la confortable alfombra y luciendo una de mis antiguas camisetas que la hacían tan sumamente irresistible. Nos reiríamos mientras yo sacaba, uno a uno, los particulares trofeos que había ido recolectando desde el día en que le conocí. Pero ahora estaba solo y, de hecho, ella no volvería a estar allí en una fría noche de invierno.

Esa sensación de que me faltaba algo se fue acrecentando a medida que revolvía los objetos de la caja. De pronto encontré la entrada de la película que significó nuestra primera cita. No fue una cita al uso, dicho sea de paso, porque jamás quedé con ella en ese angosto cine del centro de Madrid. Yo acababa de mudarme allí y con apenas tres días de estancia en la capital decidí irme a dar una vuelta. Perderse al principio es la mejor forma de encontrarse después, es algo que siempre tuve muy claro. Mientras trataba de perderme, me di de bruces con la entrada de un cine que parecía recién teletrasportado de la década de los ochenta. Tenía algo de encanto. También humedades que la desidia de los propietarios había permitido expandirse por la fachada. Siempre me han gustado los edificios así, lóbregos, como si tuvieran que ocultar algún pasaje tenebroso de su pasado menos reciente.

El caso es que aún desconozco el porqué terminé comprando una entrada para la última película romántica de Hugh Grant. Tal vez me sentía demasiado solo, puede ser que añorase tanto una relación de pareja que me contentase con ver que a otros les iba bien. Aunque en realidad todo fuera ficción.

No compré palomitas. Tampoco lo hice nunca y no era plan de aumentar aún más la vergüenza que sentía al entrar en un filme romántico. Apenas éramos cuatro cuando el acomodador cerró la puerta de acceso a la sala. Una pareja, ávida de amor que no tenían reparos en mostrar al mundo lo felices que eran. Pocas cosas hay que más deteste. Y una chica en mi misma fila. Una chica sola. Y con palomitas.

A mitad de la película, cuando en uno de esos giros predecibles la novia deja al novio, la chica de al lado se echó a llorar. Nunca he podido disfrutar en medio del dolor ajeno, así que me fui acercando, lentamente, hasta su butaca. Susurré a su oído un “¿Estás bien?” tan estúpido que me dieron ganas de darme cabezazos contra el respaldo, ¿cómo iba a estar bien?. No sé qué tipo de poder tendrán los susurros, pero sientes unas cosquillitas que te calman por dentro. Es prácticamente un remedio mágico. Y ese remedio, a mi enferma, le sentó genial.

Giró la cara, me miró y sonrió. Rimmel corrido. Enseguida supe diagnosticar su enfermedad. Mal de amores, sin lugar a dudas, me dije. “Me llamo Dani” seguí susurrando, intentaba que me cogiese confianza y además usé el diminutivo de mi nombre, una forma más coloquial, más de amigos. Lo bordé. “Yo María”, respondió. Ella enseguida se sintió cómoda a mi lado. Y creo que ya no me acuerdo de la otra mitad de la película. Por algo sería. Pasamos hablando todo el rato, tratando de no molestar a la parejita feliz, que por otra parte, no parecía demasiado concentrada en tratar de comprender la enrevesada historia de amor del pobre Hugh Grant.

A María le había dejado el último chico del que se enamoró. Un gilipollas integral, por supuesto. Las chicas tienen la facultad de escoger siempre al tonto de turno mientras que tipos como yo, dispuestos a hacerlas feliz, teníamos que sufrir en soledad que la señorita de la que siempre estuvimos enamorados entregue su corazón para que se lo terminen rompiendo. Y chicos como yo, claro, teníamos que tener a mano las veinticuatro horas del día el superglue. Restaurador de corazones rotos, debería añadir en mi currículum.

Dejé la entrada en la alfombra roja. Volví a revolver, valga la redundancia, la caja ya de por sí desordenada. Un diario que no me atreví a abrir para evitar males mayores, el número de teléfono de un amor adolescente y una tarrina de helado. Por amor se hace cualquier cosa.

Nunca me ha gustado el helado. Creo que ya quedó claro. Aún así, en mi segunda cita con María, la primera oficial, asentí como un tonto a la pregunta “¿Te apetece un helado?”. Por amor se hace cualquier cosa, reitero.

Y allí, en una heladería de imitación italiana, con banderitas 'tricolore' por todo el establecimiento, nos sentamos. Leche merengada con canela... Imaginé por un momento lo que debía pensar María de mí. En nuestra primera cita me encontró solo en una película excesivamente ñoña y en la segunda me pido una tarrina de leche merengada. Y añadí a la simpática dependienta, “écheme un poco más de canela, por favor”. Sonaba algo ridículo. Y digo algo para no herir mis propios sentimientos.

Sea como fuere, allí estábamos. Con el suave sonido procedente de la granizadora, con una dulce música italiana resonando por un establecimiento vacío. Por un momento pensé que de verdad estaba en Italia, al siguiente instante me esforcé para que el frío de mi leche merengada no se traspasase a mis dientes. Odiaba esa sensación. Nos quedamos en silencio por miedo a estropear aquello. Y entonces lo rompí.

“Te hielo” le dije con una sonrisa en la boca “Te hielo mucho”, repetí.

La carcajada que soltó hizo que mi 'Te quiero' pasase a ser un 'Te amo', un 'Déjame hacerte feliz, por favor'. Desde pequeño fui muy precoz para manifestar mi sentimientos. Iba demasiado rápido, a veces únicamente hablaba la necesidad de tener a alguien, y en ocasiones terminé por chocarme contra algún que otro muro. Esta vez no quería estropearlo, así que me callé.

Coloqué la tarrina con sumo cuidado a la orilla de la entrada de cine que nunca me arrepentí de comprar. Regresé a la caja. Una llave resplandecía más que cualquier otro objeto y atrajo mi atención aunque yo traté desde el principio en ignorarle. Aquella llave abría la puerta de los momentos que nunca querría haber vuelto a recordar. En realidad, simplemente era la llave de su casa, su regalo de nuestro primer aniversario.

Ojalá nunca hubiera pasado por mi mente hacerla aquella sorpresa. Siempre me afané en mantener intacta la llama, en sorprenderle cada día, en tenerla feliz cometiendo locuras que a un ex cuerdo como yo nunca se le habían pasado por la cabeza. Aquel día, el peor día de mi vida, decidí prepararle una cena romática de viernes noche, a la luz de las velas y al sonido de una suave melodía de Extremoduro, nuestro grupo común favorito.

Aquel día, el peor de mi vida, ella regresó de trabajar. En cuanto escuché un par de golpes en el pasillo, me parapeté en el sofá. Los golpes se sucedieron hasta que por fin logró abrir la puerta. Aquel día, el peor de mi vida, 'Stand by' no fue la banda sonora de la noche, aquel día, sin lugar a dudas el peor en mis veintiocho años, la banda sonora fueron los gemidos provocados por otro que no era yo. Ella, por desgracia, sí era ella.

Me derrumbé. Toda mi ira se fue con la corbata que desanudé y le lancé a la cara. Esta vez no era el rimmel, esta vez era el pintalabios el que estaba corrido. Restauré un corazón roto para que me le rompiesen a mí, cruel ironía de la vida. “Nunca me quiso, nunca me quiso” me repetí a mí mismo, una y otra vez, una y otra vez, mientras descendía las escaleras a toda prisa.

Cuando dejé la llave al lado de la tarrina y la entrada, sonreí. Cincuenta días después comprendí que la herida comenzaba a suturar. Reí. Una carcajada de alivio. De entender por fin la clave. “El amor que nunca terminó de ser” pensé “es el que siempre será”. Ese “será” en futuro, en un futuro en el que olvidaré la llave y recordaré con nostalgia la historia de la tarrina y de la entrada de cine. Y eso que yo siempre odié los helados.

Dani Rivera


“Todas las chicas quieren a un chico bueno, un príncipe azul, que siempre esté ahí y que nunca les haga daño”.

Y una mierda.

Exploté tras leer la vomitiva última línea de un artículo cualquiera. Es algo que tenía muy claro. De hecho, incluso me había permitido elaborar una teoría que yo creía muy correcta. El amor, en realidad, es un juego de celos, celos que deben estar compensados porque nada más desequilibrarse, la relación termina por romperse. Por eso los chicos buenos eramos el arquetipo menos adecuado para ello, por esta razón, las chicas siempre preferían a los que las hicieran sufrir. Por eso, las chicas nunca elegirían a tipos como yo.

He de confesar que tras elaborar esta hipótesis, cambié de camino. Perdí práctica en hacer mi cama, porque todas las noches deshacía las ajenas, aprendí a pedir números de teléfono con el whisky de escudero y a mentir por robar besos. Dejé de ser el ingenuo creyente de algo que nunca había visto, amor lo llamaban, a buscar otra soledad para que acompañase a la mía durante unas horas y me licencié en decir las palabras exactas que toda chica desencantada quería oír.

Y entonces llegaste tú para cambiar mi trayectoria. En la hora que acepté tus instrucciones y me hice la ilusión de terminar andando juntos. Puto camino de la amargura. Cambié romper sueños porque me destrozara el corazón la primera chica irreverente que me enamoró.

Y ahora, me río con estas carcajadas histriónicas que son capaces de desvelar al vecindario mientras cierro la revista con aquel absurdo artículo. Mientras, escribo en un papel cualquiera...

“Prometo no volver a enamorarme nunca

Firmado: El tonto que ya firmó esto mismo antes de conocerte”.

Tenía el corazón en venta porque nadie quiso comprarlo. De vez en cuando lo alquilaba para una noche a tipos cuyos nombres no recordaba a la mañana siguiente. Tenía un par de tacones marginados en un rincón aguardando a que regresasen las ganas de fiesta y un pintalabios rojo que esperaba marcar de nuevo las mejillas del último chico que arrugará sus sábanas. Tenía un móvil mudo que nunca sonaba y un par de entradas para una película romántica a la que nadie jamás la acompañó. Tenía pañuelos de papel para secar el desencanto que a menudo usaba para borrar las lágrimas de su recuerdo. El recuerdo de alguien que un día salió, cerró la puerta y nunca más la volvió a abrir.

Hacía tiempo, ya un par de años, de la última vez que vio a Edu. Desde entonces no tecleaba en su viejo Nokia un 8330778844433777666 para sellar un mensaje de texto. Y tampoco nadie se lo mandaba a ella. Desde entonces Sole estaba sola. Sola como la esposa que espera paciente a que regrese a su lado la voz que un disparó acalló en Irak. La soledad de un paraguas sin su lluvia, de una playa sin olas, de un camino sin caminantes o de una mañana de domingo sin un 'Buenos días, princesa'.

Y el calendario nunca ayudaba. El reloj tampoco. El tiempo pasaba, las horas corrían y los días se esfumaban y todo seguía igual. Seguía siendo la princesa destronada de una cama que una vez fue suya, la desheredada de unos 'Te quieros' que antes la hacían la persona más feliz del mundo y la cenicienta que aguarda expectante a que su príncipe la devuelva el zapato de cristal.

Sábado noche en Barcelona. Con la luna de farola desfilaba sobre la acera encharcada por una breve lluvia de otoño. La minifalda apenas tapaba sus ganas de que terminase la noche. Sus amigas, como siempre, tenían la culpa de que los hombres volvieran a girarse cuando pasaba. No la apetecía visitar discotecas, hablar a gritos, estaba cansada de 'Perdón, ¿estás sola?', de inventar números falsos porque aquel chico de la camisa azul no la terminaba de convencer y de beber para que el tiempo se pasase más rápido y de fingir que lo pasaba bien. Nunca había sido de noches locas que no tuviesen lugar debajo de unas sábanas, ella era de noches en el sofá, al abrigo de unos brazos que la supiesen arropar, de tardes de invierno jugueteando en la alfombra, frente a la chimenea, y de paseos en primavera en los que el paisaje dejaba de cobrar protagonismo para que lo hiciesen los besos fugaces aquellos que tanto la gustaban.

Pero ahora estaba atrapada entre unos incómodos tacones, un llamativo pintalabios rojos y un sujetador que empezaba a resultar muy molesto. 'Odio fingir ser una persona que no soy' pensó mientras contemplaba como sus amigas comenzaban a acercarse a un grupo de chicos. 'Ya van por la tercera copa' Sole volvió a entablar una conversación silenciosa con su mente mientras se apoyaba en la barra de aquel bar. Aquella tercera copa marcaba el límite entre la vergüenza y el atrevimiento, el límite tras el que se decidían a lanzarse después de elegir minuciosamente la víctima.

- “Si acierto lo que estás pensando ¿me dejas invitarte a una copa?”
- “¿Perdón?” dijo, sorprendida, mientras se giraba para comprobar el destino de la voz.
- “Me llamo Pablo, encantado” respondió, tendiéndola la mano. “Bueno, ¿me permites que te invite a una copa si adivino lo que estás pensando?”


    Sole sonrió nerviosa. Hacía tiempo, mucho tiempo que no se encontraba en una situación similar. Hizo memoria. Desde el día que conoció a Edu, quizá.

    - “Tomaré esa preciosa sonrisa por un sí” continuó él, haciendo caso omiso al silencio “Creo que te estás preguntando qué haces aquí, si esto no te pega, estás cansada de ver como tus amigas te cambian por el primer chico que las invita a una copa ¿me equivoco?”
    - “Pues un cosmopolitan, por favor” añadió mientras comenzaba a reírse “¿Tan previsible soy?”


      La conversación derivó por los cauces más extraños. Él la propuso dar una vuelta entre el centro de su ciudad, ella aceptó la invitación. Los ecos de sus risas era lo único que rompía el silencio de las tres de la madrugada. Pablo echó un vistazo al reloj, sabedor de que su tiempo allí se agotaba y frenó en seco. No quería que pasase ni un segundo más.

      - “¿Sabes? Llevo años pensando que quizá mi alma gemela no exista, que el amor a primera vista era la mayor mentira jamás contada, que ella estaría ya casada con un multimillonario que no la haría feliz más que con su dinero, pero he de reconocer que me he equivocado” Se miraron. Esa sensación indescriptible volvió a asomarse por su cuerpo dos años después de que Edu se fuese. Le había estado esperando aun cuando no sabía ni su nombre.
        - “Empeñaría mi vida sólo por pasar un minuto a tu lado” La susurró al oído.


          Y entonces Sole supo que todo volvería a salir bien. Regresaban, de nuevo, sus añorados 'Buenos días', los sms de amor y las conversaciones interminables, se mudaba por fin de la calle del olvido. Y entonces, en la noche en la que menos esperó su llegada, la princesa recuperó su trono.

          Fotografía: Ewinor (@Ewinor)