“Todas las chicas quieren a un chico
bueno, un príncipe azul, que siempre esté ahí y que nunca les haga
daño”.
Y una mierda.
Exploté tras leer la vomitiva última
línea de un artículo cualquiera. Es algo que tenía muy claro. De
hecho, incluso me había permitido elaborar una teoría que yo creía
muy correcta. El amor, en realidad, es un juego de celos, celos que
deben estar compensados porque nada más desequilibrarse, la relación
termina por romperse. Por eso los chicos buenos eramos el arquetipo
menos adecuado para ello, por esta razón, las chicas siempre
preferían a los que las hicieran sufrir. Por eso, las chicas nunca
elegirían a tipos como yo.
He de confesar que tras elaborar esta
hipótesis, cambié de camino. Perdí práctica en hacer mi cama,
porque todas las noches deshacía las ajenas, aprendí a pedir
números de teléfono con el whisky de escudero y a mentir por robar
besos. Dejé de ser el ingenuo creyente de algo que nunca había
visto, amor lo llamaban, a buscar otra soledad para que acompañase a
la mía durante unas horas y me licencié en decir las palabras
exactas que toda chica desencantada quería oír.
Y entonces llegaste tú para cambiar mi
trayectoria. En la hora que acepté tus instrucciones y me hice la
ilusión de terminar andando juntos. Puto camino de la amargura.
Cambié romper sueños porque me destrozara el corazón la primera
chica irreverente que me enamoró.
Y ahora, me río con estas carcajadas
histriónicas que son capaces de desvelar al vecindario mientras
cierro la revista con aquel absurdo artículo. Mientras, escribo en
un papel cualquiera...
“Prometo no volver a enamorarme nunca
Firmado: El tonto que ya firmó esto
mismo antes de conocerte”.
;-)
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