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Un año de universidad.



Escrito por  Dani Rivera     6/22/2011    Etiquetas: 
Acabó. Terminó el primer año, el de la resaca post PAU, el año de aclimatación a una nueva vida, a la universidad, a una forma distinta de trabajar. Y la verdad no me puedo quejar, a veces, incluso, me pregunto si no soy un niño demasiado mimado, si no tengo ya todo lo que quiero. Pero siempre llegó a la misma conclusión.

No tengo todo. Claro que no. Me falta mi infancia, el patio, los balones, la charla con mis amigos, el paseo hasta la biblioteca para refugiarse durante unos minutos de la habitual tormenta que hacía acto de presencia en el recreo. Echo de menos a algún profesor, a algún compañero que no he vuelto a ver desde que nuestros caminos se separaron hace ya un año. Echo en falta alguna clase en particular y las carcajadas en los intercambios. Mi mente todavía guarda apilados, en enormes cajas de cartón, folios y apuntes de educación física, historia o lengua.

Tengo la misma sensación que ya he tenido antes, justo cuando llegué a Valladolid y me despedí de mi querida Medina, solo que ahora ese sentimiento es mucho más fuerte, más profundo y duele horrorosamente más, porque sé que, haga lo que haga, el tiempo de colegio pasó, que nunca voy a volver, que es una etapa en mi vida que cerré definitivamente aquella tarde en la que grité de alegría al comprobar que había aprobado, que ya era universitario. Un capítulo acabado o una página en la que ya no caben más palabras. Y, como en todos los finales, lloras.

He de confesar que sé perfectamente que jamás he dejado huella en ningún lado, que nadie me va a echar de menos el día de mañana en aquel colegio en el que pasé tanto tiempo, que ninguna persona va a llorar si dentro de algún tiempo desaparezco, porque nunca le importé a nadie, a nadie, salvo a mis amigos. Es triste, lo sé, pero toca asumirlo.

Asumir que eres un mero ladrillo de un magnífico monumento, un minúsculo grano de arena en una bella playa o una fría gota de agua en la inmensidad del océano. Pero también te das cuenta de que sin ese simple ladrillo, el monumento se derrumbaría, que sin ese minúsculo grano de arena, la playa podría perder su belleza o que sin esa fría gota de agua, tal vez quizás, el océano ya no sería tan inmenso.

He estado ojeando la revista del colegio de este año. En las páginas centrales ya no estábamos nosotros, como hace un curso, no conocía a nadie excepto a una sola persona con la que hace meses que no hablo. Es la misma sensación. Sentir que la vida es como la inmensa playa a la que me refería, que a cada paso que das, se borra la huella del anterior, que no dejas ningún recuerdo tuyo más allá de una orla que perdurará durante años en el pasillo que te vio crecer.

No he marcado un antes y un después en ningún sitio. Soy excesivamente normal, arrebatadoramente tímido, demasiado introvertido. Nadie nunca se ha fijado en mí y ha creído ver un futuro prometedor o un presente maravilloso detrás de mis pupilas. Yo no habré dejado huella en el colegio, pero desde luego yo llevo el colegio tatuado a fuego en el corazón.

3 comentarios:

  1. Puede ser que no hayas dejado una gran huella en el colegio más allá de la orla que estará colgada por los pasillos de aquel edificio. Pero ten claro que tus compañeros, espero que todos pero al menos algunos, no te olvidaremos, porque todos formábamos esa clase, ese curso, y todos pusimos nuestro granito de arena. Es más fácil dejar huella en las personas que en los lugares. No seas tan pesimista que tienes todo un futuro por delante para dejar huella en el mundo.

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  2. siempre hay huellas, Dani. Siempre.

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