Sígueme

Estaba absolutamente aterrado. Sentado, con las manos en mis rodillas, dándole vueltas a pensamientos absurdos que apenas sí me lograban abstraer de mis intensas preocupaciones, rodeado de la soledad, en un banco de un largo pasillo en un impoluto y a la vez aterrador hospital.Sentía una gran presión en el pecho, tenía miedo de que todos mis temores me esperasen detrás de aquella puerta, camuflándose entre un señor de bata blanca y una mesa repleta de instrumentos médicos y papeles de


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Cinco rosas rojas por San Valentín.

La dí dos besos. Era el punto y final de nuestra cita que se había prolongado durante algo más de hora y media en la que ella, una chica no excesivamente guapa llamada Natalia, se había cansado de insinuarse, de provocarme, de mojarse suavemente sus labios con su lengua, de recorrer mi brazo izquierdo con la punta de sus dedos, de peinarse sensualmente el pelo castaño cada vez que el viento se en


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