La luna ya se esconde tras aquel lejano horizonte. Los primeros rayos inauguran una fría mañana de septiembre. Otra noche de fiesta y el sol me encuentra donde me encontró ayer, tumbado entre la hierba de un extenso parque, rodeado de unos árboles que me esconden de nadie. Creo que tengo vergüenza, pero no sé de qué.
Estoy solo, preguntándome por qué estoy allí, que he hecho toda la noche e intento buscar pruebas que me ayuden a recordar. Hay una botella a pocos metros de mi pie derecho “Genial” pensé “de nuevo he vuelto a recaer.” En mi brazo derecho llevo tatuado una larga serie de números, escritos con un rotulador de tinta negra, por alguien que, guiándome por los corazones del final, debía ser una chica. Me aventuro a pensar que es un número de teléfono, algo lógico cuando comienza por el 6. “Genial” volví a pensar “definitivamente he vuelto a recaer.”
Desde hace tiempo, estoy perdido, inmerso en maremágnum de alcohol y chicas, cóctel fatal del que quiero, pero no puedo, salir. Sé que no soy un buen chico, que no soy lo que las chicas esperan de mí o lo que andan buscando, y en el fondo, yo también quiero salir de esta absurda dinámica, no quiero más chicas, más bebidas, no quiero no recordar lo que hice ayer, cometer errores una y otra vez y hacer daño cada día a una mujer.
Pasó tiempo, mucho tiempo, años y años y por suerte cambié. Recuerdo que tenía o que creía tener amigos en aquel mundo tan parecido al infierno, algunos murieron por culpa de una sobredosis, por culpa de mezclar alcohol y conducción, por culpa del “ A mí no me pasa eso” o acabaron arruinando la vida a una de las miles de chicas con las que tenían una relación esporádica de una noche.
Tenía veintidós años, era más consciente de lo que era casi cinco años atrás, me sentía bien, pero... No conseguía encontrarla, tenía la certeza de que andaba por allí, de que en algún lugar de aquella ciudad me estaba esperando, de que todas las noches pensaba en mí aún sin conocerme, de qué ella me necesitaba aunque ni supiese ni mi nombre...
Muchas fueron las veces que creí encontrarla, fueron tantas las chicas, fueron tantos los errores, las lágrimas y las desilusiones... Ahora, si me siento a pensar, creo que estaba cegado, cegado por la necesidad de encontrarla cuanto antes, de que cada vez que una chica me mirase en una discoteca el corazón se me acelerase pensando que sería ella, estaba harto de que, inconscientemente, cada mujer que venía de frente por cualquier calle, cada mujer que me sonreía, cada guiño, cada sonrisa, me hiciera creer en algo en lo que ni yo mismo creía.
Pensaba que todos los sábados eran el día en el que la conocería y que, a partir de ahí, jamás volveríamos a separarnos, pero, cada vez que me ocurría eso, la vida me recordaba cruelmente que yo era un estúpido, un simple enamorado de la propia idea del amor, un caminante por el desierto que ve un espejismo a lo lejos...
Aquellos años transcurrieron entre el amor y el desamor, entre el olvido y el recuerdo, entre la ansiedad por encontrarla y el amargo sabor de la desilusión.
Fueron tantas las recaídas, las veces que me desperté con alguien a mi lado, con una chica o con mi amigo el alcohol. Muchas veces me dí cuenta de que ahogar las penas entre litros de ron, no sirve de nada, pero cada poco tiempo me topaba con la realidad y comenzaba el día en un hermoso parque, tirado, con la ropa sucia, pero también, mi alma.
Ahora tengo veinticinco años y sigo como estaba antes, sigo sintiendo lo que sentía cuando era un crío que no sabía diferenciar cuando era la hora de empezar y cuando era mejor terminar y aún estoy sin nadie a mi lado. Aprendí a no agobiarme, asumí que debía esperar pero aún así, cada vez que veía a una pareja besándose, cada vez que me topaba de frente con un corazón tatuado en la corteza de un árbol o con un misterioso candado en un puente, anhelaba estar enamorado, ser como ellos, pero aprendí a convivir con el dolor que me producía siempre ver aquello.
Y si ahora algo me sostiene es el imaginarme el día en el que te encontraré. ¿Vendrás de frente en una estrecha calle del centro? ¿Entrarás en una discoteca en el oportuno momento? Me resigné a esperar y a que el caprichoso destino te condujese hacia mí, y si ahora vivo es porque algo me dice que ese anhelado día llegará.
Dani Rivera.
Llegará
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