Un largo túnel llamado Soledad.
Era otoño y lo recuerdo como si fuese ayer. Me vienen a la cabeza las tardes paseando sobre aquel tapiz de hojas en el que se convertía el suelo cada vez que llegaba el final de septiembre.
Y cada paso que daba, aquel inquietante chasquido me acompañaba. Caminaba solo entre los árboles de aquel parque, como he hecho tantas veces. El atardecer anaranjado me recordaba que tenía poco tiempo para que anocheciese, así que aceleré mi marcha de vuelta a casa.
Aquella noche salí. Era un sábado de octubre, así que había que aprovecharlo. En pocos minutos pasé de entrar en casa a cambiarme a salir duchado y vestido, preparado para otra larga noche.
Llevaba algo más de un año sin encontrar un verdadero amor y eso era lo que necesitaba pero a la vez, extrañamente, lo rechazaba. Cuando cortamos, cuando cortó conmigo la chica que me ha perturbado el sueño durante un largo año, decidí tomarme un tiempo sin nadie, andar entre la nieve, las flores o las hojas, daba igual que fuese invierno, primavera, verano u otoño, solo, yo solo, como creía que estaba mejor, pero sin querer y sin saberlo me estaba mintiendo a mi mismo.
Durante ese periodo de tiempo, durante ese tedioso pero necesario año, me aislé, aderezando mi añorada soledad con una pequeña dosis de amigos. Y allí estaba, en nuestro lugar, donde todos los viernes y los sábados solíamos quedar para ir a dar una vuelta o para echar un billar, pero aquel día todo fue diferente...
Llegamos a nuestro bar, allí entre la oscuridad y la suave música de fondo, relatábamos las últimas aventuras o nos contábamos nuestras confidencias, pero sea como fuere la forma de comenzar la conversación, siempre acabábamos hablando de chicas o de fútbol, hasta que todo degeneraba de tal forma que optábamos por irnos a otro sitio.
Aquella noche bromeamos y reímos como cualquier otra. Todo iba según lo planeado, hasta que decidimos cambiar de rumbo y por un extraño juego del destino acabamos en la siniestra puerta negra de aquel bar.
Entramos. Por un momento, la espesa negrura de aquel lugar hizo que no viésemos nada, pero tras unos segundos de acomodo, los ojos empezaron a funcionar como debían. Nos sentamos al fondo del bar, en una mesa libre repleta de vasos sucios con restos de una bebida que, desde luego, no parecía agua.
Y entonces surgió, un amigo y yo mismo empezamos con la típica broma de los sábados por la noche y, cuando una pregunta comienza por “¿A que no hay...?” El desenlace nunca suele ser del todo bueno.
Y ese día tocó retarnos a un duelo. ¿Quién sería capaz de ligarse a más chicas en toda una noche? Y nos dividimos y no supe más de él o de mis amigos en toda la noche.
Entré a dos chicas que estaban en la barra de aquel bar, apoyadas con una cerveza en la mano. Me gustó mucho la de la derecha. Era alta, llevaba tacones, su pelo moreno la caía hasta llegar a sus hombros y su mirada penetrante hizo que sintiese algo que jamás me ha vuelto ha pasar. Cuando sus ojos se clavaron en los míos, una extraña sensación de frío me rasgó la espalda, como si alguien deslizase un hielo, recorriendome el cuerpo de arriba a abajo. Y palabra tras palabra me fui olvidando de la apuesta que había hecho escasos minutos antes.
No consigo recordar cuando huyó su amiga. He intentado forzar mi memoria para averiguar el momento justo en el que su sombra se deslizó y se perdió entre oscuridad y la gente de aquel bar, pero todos los intentos y todo mi esfuerzo han sido en vano.
Llegó un momento de la noche, después de llevar más de una hora conversando acerca de nuestras pasiones y desventuras la agarré de la mano derecha y la arrastré hasta la salida.
Anduvimos un rato entre botellas rotas y besos de quita y pon, entre romances de unas horas y esperanzas perdidas. Era aún sábado por la noche, aunque ya se empezaba a confundir con el domingo por la mañana y aquello no era más que el comienzo de una larga resaca.
Nos sentamos en un banco de una céntrica plaza. Estaba cansada de caminar y los tacones ya habían empezado a dejar huella en sus talones.
Bajo la estrellas, desoyendo los ecos lejanos de otra noche de fiesta sin leyes, me acerqué lentamente a ella, con un cierto cuidado, por miedo a que se deslizara y se escabullese rápidamente de mi. Pero sin embargo esperó. Cerró los ojos y se dejó llevar por la locura que reina los sábados por la noche y por el desenfreno causado por el alcohol, pero había algo en ella que me decía que quería algo más que un romance casual, un amor de ida y el olvido de vuelta.
Entonces fue cuando caí en la cuenta, mientras besaba aquellos labios que significaron mi salvación y mi redención, fue mi punto y aparte, me olvidé de lo que había pasado durante ese año, porque... Ella era la luz que necesitaba, una pequeña llama resplandeciente entre la oscuridad que, lejos de apagarse, me indicaba la salida de mi particular infierno.
Y aquel día mi amigo consiguió vencerme... Pero yo gané algo que aún no he perdido y que es mi tesoro más querido.... yo la conseguí y no sé que será de mi si ella me falta... Aunque me puedo hacer una idea. Mi futuro sin ella estaría abocado al más largo de los olvidos, estaría andando perdido por mi propia vida, vencido y derrotado entre las paredes grises de un largo y oscuro túnel llamado soledad.
Dani Rivera
"Vacío, como un túnel sin tren expreso..."
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