“¿Qué te pasa?” Preguntó, queriendo leer el rostro afligido de la persona que tenía enfrente, mientras llevaba su mano derecha al vaso.
“¿Que qué me pasa, Marta? Que llevo cinco años enamorado de ti y no lo soporto más, cinco largos años en los que he esperado cada día a que el olvido borrase la huella de tu presencia, cinco años en los que he tenido que soportar tus romances, cada noche loca, cinco años en los que no he podido decirte 'Te quiero' y ni siquiera insinuar que te amaba, que deseaba estar a tu lado, cinco años en los que he aguantado que besases al primero que te invitaba a una copa, cinco insoportables años en los que me he querido separar de ti pero en los que, por desgracia, mi corazón no quería distanciarse ni un milímetro, cinco años he esperado a dejar de sentir que eres especial ¿Y sabes qué? Sigo enamorado como aquel mediodía de septiembre en el que te conocí...”
Hizo una pausa y tragó saliva. Había ensayado aquel discurso una y otra vez pero jamás hubiese pensado que estaría haciendo aquello allí, en medio de un bar prácticamente vacío, nunca pensó que se atrevería a decirle a la cara a la persona que amaba todo lo que acababa de recitar. Ella había agachado la cabeza desde ese “enamorado de ti” que se había convertido en una flecha que ahora yacía en alguna parte de su corazón.
“Dudo que puedas hacerte una idea de las noches que he soñado con despertarme a tu lado, con apartarte el pelo de la cabeza cuando el sol comenzaba a colarse por la ventana, de llevarte el desayuno a la cama, de agarrarte furtivamente la mano en el cine, de besarte...”
Volvió a parar. Lo necesitaba. Cogió aire. Tampoco comprendía aquel arrebato de valentía que se había apoderado de él. Levantó la mirada de la mesa y la miró. Aún continuaba con los ojos clavados en aquel vaso sin apenas líquido. Alguna lágrima esporádica había hecho correr su rimmel. No pronunció ni una sola palabra, simplemente continuó callada.
“¿Y sabes qué?” preguntó retóricamente, como si esperase respuesta “Que sé que yo no soy lo que buscas y sé, con toda certeza, que tú tampoco eres lo que busco, que yo quiero sentar la cabeza y pasar de los sábados por la noche cuando tú, justamente, deseas todo lo contrario y eso hace que sea aún más doloroso...”
Por primera vez desde que había comenzado a hablar, Marta le miró. Temía su reacción, temía que se marchase sin más y que jamás le volviese a dirigir la palabra, sin embargo, sonrió.
“¿Y sabes qué?” Dijo ella y aguardó hasta que la miró “Creo que por fin ha llegado la hora de cambiar.”
Dani Rivera@Dani_RiveraRuiz
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