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Contigo



Escrito por  Dani Rivera     4/23/2012    Etiquetas: 


“Yo no quiero un amor civilizado, con recibos y...” La canción de Sabina quedó incompleta por el ruido de un golpe seco, excesivamente brusco. “Yo no quiero que viajes al pasado...” De nuevo la suave melodía se vio interrumpida, esta vez por un gemido, un grito ahogado que prontamente se vio sofocado.

Él había subido a su casa con el pretexto de echar un vistazo a la vasta colección de CDs que la joven de sempiterna sonrisa, de la que se había enamorado en el último bar, guardaba con demasiado esmero en un lugar secreto de su piso de soltera. Ambos sabían que aquello no iba a terminar tras la copa de rigor, que lo que había comenzado con un vulgar pero acertado piropo acabaría a la mañana siguiente con una ducha rápida y un 'Ya nos llamaremos'.

Ella puso delicadamente el primer disco que encontró en una desfasada minicadena mientras los latidos de él comenzaban a multiplicarse. Cuando la mano se perdió en la frontera que separa lo racional de lo irracional, prometieron no usar sus nombres, llamarse, simplemente, por un neutral 'Tú' que ayudase a simplificar las cosas. Cuando el hoy moría y arrancaba el mañana, dejaron los sentimientos aparcados por una sola noche en la que únicamente tendría lugar reservado el placer.

Sus manos se fueron deslizando hacia su cadera. Hasta que dejó de ser cadera. Sus labios convenientemente húmedos se juntaron por primera vez en toda la noche y solo se separarían el tiempo justo para coger aire. Los corazones de ambos, desbocados, hacían que todo fuese excesivamente rápido. Él recorrió con la mano derecha el rebelde pelo castaño que hacía apenas treinta minutos le había llamado la atención en un rincón de un bar del que ahora ni siquiera recordaba su nombre. Ella comenzaba a desabrochar los botones de su camisa hasta que su paciencia se agotó y terminó por arrancar los dos últimos con un hábil tirón.

La tendió suavemente sobre su cama. “... Porque el amor cuando no muere, mata, porque amores que matan nunca mueren...” La voz de Joaquín Sabina todavía resonaba con claridad desde el salón, pero hacía ya mucho tiempo que ellos no prestaban atención. Un sendero de besos unió su cuello con su ombligo. Ella volvió a dejar escapar un grito de satisfacción. Estaba en el camino correcto.

Trataba de coger aire lo más rápido posible para no perderse ningún detalle, ningún suspiro de aprobación, ningún movimiento de la mano izquierda de la chica que ahora se enredaba entre su pelo. Adoraban ese momento. Prácticamente cualquier persona del mundo lo desearía y ellos lo estaban viviendo. Eso sí, como quedó pactado al comienzo de la noche, aquello no podía ir a mayores, no podía volver a repetirse.

Y al compás de la luna, se perdieron entre la noche que alguna vez habían deseado en sus sueños, entre suspiros de placer y sábanas blancas, entre un persona desconocida y un colchón que aquel día sería el único testigo de un delito que nunca fue tal. Lo pasaron bien. Excesivamente bien.

Por eso, a la mañana siguiente, él no salió huyendo hacia la ducha para marcharse lo antes posible de aquel lugar, por eso, a la mañana siguiente, ella no se tapó enseguida al ver que el desconocido no identificado aún seguía en su cama. Por eso, aquella mañana, él dejó de ser él para convertirse en Álvaro, por eso, aquella mañana ella dejó de ser ella para volver a ser Nadia. Por eso, en aquel cálido amanecer de abril, él y ella dejaron de ser él y ella para convertirse en ellos.

Dani Rivera

PD: Contigo, el título de este relato, es también el nombre de la canción de Joaquín Sabina que retumba en las paredes de la habitación de Nadia.

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