Lágrimas de plata.
Llueve, otra maldita mañana de domingo desperdiciada. Me quedo pensando, tumbado en la cama y viendo como caen las incesantes gotas al otro lado de mi ventana. Absorto, mi mente comienza a divagar, a patinar entre mis recuerdos y mis sueños, donde la imaginación y la realidad se funden y se pierde la noción de todo, donde no sabes distinguir entre lo real y lo inventado...
Veo su rostro dibujarse en el cristal mojado. Aquella chica estaba llorando y su cara, cruzada por unas frías lágrimas, me resultaba vagamente familiar, entonces me doy cuenta de que es un absurdo reflejo de mi memoria, sin saberlo, inconscientemente quizás, la echaba de menos.
Gota a gota, me iba hundiendo cada vez más en el extraño mundo de los pensamientos. Aquel suave repiqueteo, aquella extraña música que nos acompaña cada día de lluvia, se fue perdiendo, poco a poco, en la lejanía...
Estaba frente a ella. Era de noche y la luna llena iluminaba una pequeña iglesia a las afueras de una gran ciudad. La abrazaba y ella apoyó su cabeza en mi hombro y de repente, empezó a llorar. Cada lágrima que se derramaba contaba una historia, narraba una vida llena de desengaños, de tristeza, plagada de soledad, de desilusiones, saturada de fracasos y, por desgracia, vacía de felicidad.
“¿Tanto sufrimiento al final vale la pena?” No cesaba de preguntármelo a cada lamento apagado que se le escapaba a la persona a la que más quería en este mundo. Los sollozos se empezaron a apagar, lentamente, y la abracé aún si cabe más fuerte.
Un año atrás, ella comenzó a salir con un chico dos años mayor. Era y aún sigue siendo mi mejor amiga, pero cuando me lo contó, sin motivo alguno, me partió el corazón ¿Quizás es que me dolió por que la quería tanto y, acobardado, no me atreví a decirselo?.
Pasó el tiempo y se distanció, se fue alejando de sus amigos, absorbida por aquel macarra de chupa de cuero con pintas de ángel. Ella le quería, pero, muy a menudo, el amor ciega a las personas y por desgracia no consiguió ver lo que pasaba hasta que ya era demasiado tarde, porque todo se acaba y él se cansó de jugar a hacerse el perfecto y se marchó.
Y allí estábamos, enfrente de aquella iglesia en una noche cualquiera. Los reflejos centelleantes de la luz de la luna llena hacían destellar las últimas lágrimas de plata. En un gesto protector, levanté suavemente mi dedo pulgar y limpié hasta el último resto de agua de su bello rostro.
“ Venga, tranquilízate, ahora te toca ser feliz a ti.” la dije, animándola.
Una sonrisa se dibujó durante un escaso instante en su cara. Fue suficiente con eso, me bastó con verla contenta durante apenas un segundo. Estaba tan preciosa... Levantó la mirada del suelo, dónde llevaba toda la noche mirando y sus pupilas marrones se fijaron en mí, y mis ojos también se detuvieron en los suyos, durante un minuto, reinó el más sepulcral de los silencios.
He de reconocer que fui un estúpido, pero en esos momentos la sangre te hierve y se evapora antes de llegar a la cabeza. Me fui agachando, despacio, como si no quisiese romper la solemnidad de aquel momento y bajo la protección de una inmensa luna, nos besamos.
Me agarró fuertemente el pecho y, bruscamente, se separó. Su mirada se volvió a clavar en mí, pero sus ojos ya no eran los mismos. Cogió aire y sin apartar su vista de mí, levantó su mano derecha, queriéndose despedirse, se giró rápidamente y corrió.
Llevo seis meses sin saber nada de ella. Desapareció sin dejar apenas rastro, pero, como si fuese una broma macabra del destino, me dejó tatuado su nombre en mi corazón y mis sentimientos hacia ella no habían variado desde entonces lo más mínimo. Su recuerdo no ha muerto y en días lluviosos como estos las gotas me evocan aquella maldita noche en la que la luz teñía sus lágrimas de color plata.
Es curioso. Hace seis meses mientras me tenía a su lado,lloraba y yo, desesperado por hacerla feliz, intentaba consolarla... pero ahora, inmerso en la más profunda de las soledades, el que llora, soy yo.
Dani Rivera
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