Sígueme


Es otra tarde de agosto. Los últimos rayos de sol bañaban aquella playa de San Lorenzo inundando la blanca arena con destellos dorados. Quedan pocos valientes que se atrevan a quedarse en la playa después del anochecer, las nubes van ganando terreno y un molesto viento se acaba de levantar. Parece que mañana lloverá.

Disfruto del sonido a pie de playa. Tumbado en mi toalla escucho el leve y constante romper de las olas. Estoy solo, como lo he estado todo el mes de agosto, pero disfruto de mi soledad.

Ella se fue, hace tiempo. Y me dejó abandonado en esta playa asturiana, a mi suerte y yo la intenté olvidar. Amparado en la bebida creí haber cerrado la herida, porque pensé que el alcohol las curaba, pero ahora, mientras observo aquella iglesia, a lo lejos de la bahía, me doy cuenta de que la bebida tan solo fue un absurdo intento, una acción desesperada para pasar página, pero sin querer, rebobiné y estoy de nuevo donde estaba al principio... Sigo enamorado de ti.

Las noches fueron largas, refugiado en la oscuridad, quise beber hasta perder el control, hasta dejar de ser yo mismo y comportarme como el "yo" que me gustaría ser. Muchas chicas pasaron por esta habitación, de la casa que una vez fue nuestra, pero ninguna me hizo olvidar la sensación de despertar a tu lado, de verte mientras dormías, contemplando como los primeros rayos de sol se tatuaban a fuego en tu inmaculada piel.

Si te pudiese olvidar... Si pudiese borrar esas páginas que escribimos juntos... Creo que no lo haría. Ahora, estando tranquilo conmigo mismo, en armonía con la arena y el mar, me estoy dando cuenta de que sería un grave error hacerlo.

Ni siquiera el amargo recuerdo de aquella escena, tu y él entre la oscuridad de la noche, haciendo lo que sólo dos personas que se quieren hacen... Cuantas noches han pasado desde entonces, cuantos amaneceres he visto, cuantos días he pasado en la playa, contemplando la luna y preguntándome ¿por qué?.

¿Por qué me dejaste? ¿Por qué te fuiste con aquel chico que a las dos semanas te olvidó? ¿Por qué? No sé si sabes o supiste que te quería... Me rompiste el corazón y te llevaste parte de él...

Y desde aquella noche pocas cosas recuerdo. Flashes que, caprichosamente, regresan a mi memoria, piezas de un puzzle que siguen sin encajar, noches de ron y whisky, amaneceres de arena y sal.

¿Y cuándo te olvidaré? ¿Aún me queda mucho tiempo para que llegue el anhelado día? Imploro a Dios que me libre de esta amarga agonía... Una vez creí hallar la solución, a lo mejor la forma de olvidarte era conociendo a otra chica, alguien que me enamorase como lo hiciste tú aquella mañana de otoño... Pero es absurdo, la búsqueda fue en vano y yo me sigo consumiendo.

Y mientras tanto, a pocos metros, perdida entre las retorcidas calles de esta ciudad asturiana quizás esté mi chica pero aún sigo perdido hasta que no la encuentre.

Y ahora, a lo lejos, el sonido de las olas me acuna en un profundo sueño de otra larga noche de agosto.

Dani Rivera.

La luna llena se reflejaba en las tranquilas aguas de aquel río. Yo, caminaba por aquel puente sin tráfico, no serían ni las doce y ya no había nadie por aquellas calles. Intentaba prestar atención a la música que estaba escuchando, pretendía tararearla, pero no podía. No dejaba de pensar en ti, aunque no hice mucho esfuerzo en intentarlo, porque tampoco quería alejarte de mis pensamientos. Me gusta pensar que durante un pequeño momento, unos escasos segundos, tu también piensas en mí. Me encanta creer que sientes algo por mí, por muy pequeño que ese sentimiento sea.

Sé que a veces soy pesado, pero es que tengo miedo... Miedo de que te vayas para siempre de mi vida, miedo a no volverte a ver jamás, miedo a no volver a escuchar tu voz rasgando el silencio de una tarde de verano, miedo a perderte y a que se me vuelva a romper el corazón y tu te lleves un trozo. Ahora, nuestros caminos se separan, creo que nunca más volveremos a coincidir y eso me asusta, el simple hecho de resignarme a leerte, en mensajes muy cortos que ocupan apenas tres líneas, en contestaciones absurdas, el no poder verte jamás... No puedo, no puedo, al menos veámonos una última vez, permíteme captar tu esencia para que siempre te recuerde, las despedidas son duras y ahora...

Ahora siento que me va quedando menos tiempo, cada minuto que pasa, cada segundo, cada milésima es una menos que no puedo estar a tu lado. No te cansas de decirme que no estas lista, que no quieres querer ni que te quieran y, de veras, me gusta ser tu amigo, pero todo se acaba.

Y quizás a llegado nuestro final. El camino será un poco diferente a lo vivido hasta ahora, me costará olvidarte, pero sabes que me encanta vivir en el pasado, en aquella colina del recuerdo, y jamás podré borrarte de mi camino, porque fuiste como el agua fresca para el peregrino sediento, me ayudaste a continuar, a afrontar todo a lo que temo y a luchar por lo que una vez soñé.

Y lo que un día soñé era que estabas a mi lado y, por desgracia, será lo único que no podré cumplir. Ya no depende de mí, no puedo hacer nada más, porque es imposible ayudar a alguien que no quiere ser auxiliado y ahora resuenan ecos en mi cabeza...

“Ayudame y te habré ayudado, que hoy he soñado en otra vida, en otro mundo, pero a tu lado” Las voces de una canción muy especial para mí vuelven hoy con más fuerza. Pensé que sería la típica historia feliz, pero erré el disparo... Quieres olvidar, pero lo debes hacer tu sola ahora, debes ser tu y no yo, debes aprender a manejar los tiempos, a saber cuando es hora de dejar de vivir en la preciosa colina del recuerdo, es tu responsabilidad, que aciertes o falles es y será culpa únicamente tuya.

Pero una cosa tengo muy clara. Si alguna vez necesitas un apoyo ya sabes donde encontrarme... Y ahora...

Me despido de ti, con lágrimas en los ojos, fue bonito mientras duró, el volver a hablar, el volver a quedar, el volver a reír, depende de ti, porque me voy, antes de que me haga aún más daño... Sabes donde estaré... Andando bajo la torrencial lluvia por la calle del olvido...

Dani Rivera

Los focos poco potentes de aquel viejo Peugeot hacían que no se viese prácticamente nada que no estuviese a un par de metros del morro del coche. Era de noche y conducía por una carretera comarcal, rodeada de árboles, en apariencia pinos, y no me había cruzado con ningún vehículo desde que saliera de mi ciudad y me adentrase por aquella carretera semi abandonada.

Iba absorto en mis pensamientos, mientras tarareaba la canción que sonaba en la radio del coche. Me gustaba aquella sensación de libertad y, a la vez, de soledad. No tenía nada de que preocuparme. Todo marchaba bien, aunque yo tuviese que conducir aún unos doscientos kilómetros y, al paso que iba el renqueante 406, no tardaría menos de dos horas y media.

Entonces vi una figura entre las sombras de aquella noche de verano. Cuando los focos la alumbraron, giré el volante y me fui deteniendo en el arcén de la carretera. Era una chica. Llevaba una pequeña mochila y nada más. Me acerqué a ella, nos saludamos y me contó que necesitaba que la llevasen a un pueblo que era paso obligado en mi ruta hacia el norte, así que decidí llevarla. Llevaba meses perdida, perdida en un mundo que no era el suyo o eso al menos era lo que opinaba.

Entonces no me paré a preguntarme que haría a esas horas por ahí o como era que metía a la primera desconocida que viese en mi coche. Tras unos tensos primeros minutos, ella se soltó a hablar y me contó todo.

Los pinos iban quedando atrás, al igual que sus historias. A cada relato fantástico, le respondía con un “Si, venga, anda”. Me encantaba tener a alguien al lado, pensé que no necesitaba una compañera de viaje, pero me di cuenta de que, en realidad, lo ansiaba.

Era morena, ojos marrones claros y el pelo castaño la llegaba hasta los hombros. No era nada diferente a las chicas de la gran ciudad, sin embargo, ella tenía ese “algo” que me conquistó. No sé cómo explicarlo. Quizás fuera su sonrisa, su mirada, sus labios, su forma de ser o a lo mejor fue una visión en el desierto, pero el caso es que me enamoré, así de rápido, y ahora me vendría muy bien decir lo de “De la noche a la mañana”, porque fue así como ocurrió.

Llevábamos hablando tres horas, y como si fuese un acto inconsciente, aunque hoy me doy cuenta de que lo hice queriendo, aminoré la velocidad, aumentando así la duración del viaje. Me daba cuenta de que cada vez me quedaba menos tiempo, que cada minuto era uno menos, me faltaba el aire, necesitaba más segundos, lo quería saber todo sobre ella, pero me faltaba tiempo, mucho tiempo.

Y los primeros rayos de sol inauguraron la mañana, el interior del coche se volvió anaranjado y el rocío humedeció las hojas de las plantas del bosque interminable por el que llevábamos pasando las tres últimas horas.

“No sé si podré volver a encontrar a alguien que me quiera, que no me haga daño, que esté ahí cuando o necesite...” Me dijo.

En el fondo, detrás de aquella sonrisa que vi al parar el coche en aquella cuneta, se encontraba una chica que tenía miedo de algo a lo que todos aguardamos con alegría, tenía miedo de volver a sentir lo que una vez sintió por alguien que la traicionó y sin embargo...Lloró, alguien la había hecho daño recientemente

De repente, un exceso de valor me nubló la mente. Aprovechando un silencio, la miré durante unos escasos segundos y volví la vista a la carretera. Yo también necesitaba a una persona que me quisiese... Y ella me encantaba...

Me lo pensé y al final, con el corazón en un puño...

“¿Crees que tengo alguna posibilidad contigo?” le pregunté.

Ella, en vez de responderme inmediatamente, esperó. Agachó la cabeza, como si todo aquello la diera vergüenza y volvió, tras unos segundos, a incorporase.

“¿No crees que es un poco precipitado?” respondió.
“Bueno, pensé que estábamos a cinco kilómetros de separarnos para siempre...” La contesté.

Silencio, treinta segundos de incómodo silencio, esperando a que una palabra rasgase la noche. La miré y ella no me respondió. Aparqué el coche, esperando que me contestase, ya habíamos llegado a su destino, ella debía ir por el camino de la derecha, yo por el de la izquierda...

“No creo que ahora esté para eso...”

Lo comprendí pero me prometí a mi mismo una cosa...
“Me quedaré anclado a tu presente, a tu presente, para siempre... Y cuando te vuelva a ver, porque te volveré a ver, será el lugar y el momento adecuado.”

Dani Rivera

Es curioso pero cierto a la vez. Todos los cuentos de princesas, aquellos que comienzan con un “Erase una vez” acaban con un final feliz, el típico “Y fueron felices”, pero, si me permitís, comenzaré narrando este cuento prescindiendo de estas típicas fórmulas, porque no todos las historias reales tienen un final feliz.

Este es el relato de una chica, una chica joven, pongámosla unos 18 años, mes arriba, mes abajo. Aunque ya la quedaban atrás los tiempos de los castillos encantados y los príncipes azules, aún seguía soñando con ser la princesa que ella creía que merecía ser.

Creyó encontrar a su príncipe azul dos años atrás. Era el chico perfecto: atento, guapo, simpático, el ideal de hombre que toda mujer ansía tener. Por desgracia las cosas se torcieron trágicamente. Creía que lo tenía todo y vivía su vida sin salir de las murallas que delimitaban su palacio en la playa con la cruda realidad.

Todo jamás es tan perfecto como parece. Escuche una vez decir a alguien que nunca dijese nunca jamás, pero salvo en contadas ocasiones, la perfección no existe. Es tan solo un ideal, algo que nunca se llega a conseguir porque es imposible ser perfecto. Todos los seres humanos tenemos nuestras escasas virtudes y nuestros numerosos defectos, pero por desgracia, la princesa del castillo de arena se dio cuenta demasiado tarde.

Un mañana de invierno se levantó. Los rayos de sol y el ruido de las olas la acunaban en un sueño profundo, pero algo la consiguió sacar de su mundo de ensueño. Él ya no estaba, pero ella nunca creyó que jamás volvería. Le esperó y le esperó, con la ilusión de volver a andar descalzos por la inmaculada arena, de volver a reír, de volver a sentir lo que aún sentía por él. Su príncipe se fue con otra princesa, pero ella nunca lo aceptó y cada tarde, lo esperaba sentada, viendo el anochecer al borde del mar, él nunca volvió.

La costó, pero al final olvidó. Olvidó porque empezó a ser alguien que no era, comenzó a suplantar la personalidad de otra persona, ella ya no era la princesa del castillo de arena, poco a poco, a base de alcohol y más alcohol se fue trasformando en la Princesa de la Esperanza Perdida.

Desistió, sabía que no volvería a querer a nadie como le quiso a él una vez. No encontró a ningún hombre, porque ni siquera se molestó en buscarle. No quería ser la Princesa de la Esperanza Perdida, pero se resignó a cambiar. Con miedo a querer, a que alguien le volviese a hacer daño.

Príncipes de una noche y romances con fecha de caducidad, burdos parches que no servían para tapar la necesidad que sentía. Quería compartir su tiempo, sus besos, sus caricias con alguien pero el terror al dolor la echó hacia atrás.

Apareció un caballero, alguien que la quería, pero ella le hizo daño, no estaba preparada aún y ya había pasado muchos meses en el calendario y muchos príncipes azules por su cama. Le rompió el corazón y él se fue.

Y allí se quedó ella. En un castillo de arena vacío, viviendo una vida que, en realidad, no era la suya, aunque ella se emperrase en decir lo contrario, en aparentar estar bien, ser feliz, pero en el fondo, su corazón lloraba por haber dejado marchar al único hombre que la amó y, tiempo después, se dio cuenta de que ella también le quería.

2ª PARTE

Un único jinete cabalgaba por aquella pradera. En el horizonte se empezaban a vislumbrar los primeros rayos del anaranjado sol, que daban la bienvenida a un nuevo y cálido día de verano. Se estaba acercando a su destino. Llevaba ramo de flores, que desprendían un sutil aroma que le hacía recordar la primavera, en su mano derecha y las riendas de cuero en la izquierda. Disminuyó el paso de su corcel blanco inmaculado. Al trote atravesó el arco de entrada a aquel extraño castillo y, demostrando su agilidad, se apeó del caballo sin apenas esfuerzo.

No quedaba nadie en el patio del castillo de arena. Todos habían huido, poco tiempo atrás, dejando sola a la Princesa de la Esperanza Perdida, que se consumía en las ruinas de lo que antaño fue un hogar feliz, lleno de risas, gritos, ilusiones y sueños.

Es raro, aunque quizás sea lógico, pero cuando las cosas van mal poca gente se queda para luchar contigo, poca gente te apoya y, por desgracia son muchas personas las que huyen despavoridas, dejándote solo, abandonándote a tu suerte.

El caballero llevaba tiempo enamorado de la preciosa pero desafortunada Princesa. Una vez la quiso conquistar, pero la flecha de su particular Cupido se debió perder, y rasgando el viento, se clavaría en algún árbol, haciendo nulo el único intento que le quedaba para que la Princesa de las Esperanza Perdida fuese suya.

Aquel día escuchó en la taberna la triste historia de la Princesa, de cómo lo había echado todo a perder por su miedo a querer. La dijeron que estaba sola, desahuciada, abandonada en su gran castillo de arena que, como los castillos en el aire, se empezaba a desvanecer. Sin pensárselo dos veces, ensilló a su mejor caballo, necesitaba verla, saber cómo estaba, ayudarla y, después de cabalgar durante veinte horas sin descanso...

Allí estaba, contemplando las ruinas de la fortaleza aún majestuosa aunque también lúgubre y misteriosa. No se escuchaba nada, absolutamente nada. Silencio. Y de repente lo oyó. Un lamento. El sollozo de alguien agonizante, que sufre...

Dejó a su caballo blanco y salió corriendo en busca de lo que más anhelaba tener, su amor, el amor de la Princesa que, por desgracia, una vez le rechazó. Subió las escaleras, de dos en dos, aún con el ramillete en la mano. Y la encontró...

Estaba tendida en el suelo, de cara a la ventana, contemplando la playa, su playa, que una vez vio cómo el hombre de su vida se marchaba. Acurrucada, como si tuviese una pesadilla infantil y tapada con una manta gris porque debía tener frío.

Le escuchó entrar, las pesadas botas de hierro con las espuelas traseras hacían demasiado ruido como para no oírlo. Se giró, hacía tiempo que ya había perdido su última esperanza pero cuando le vio, una extraña mueca, muy parecida a una sonrisa, se dibujó en su rostro manchado por las cenizas de la chimenea.

La agarró, ayudándola a incorporase. Hacía tiempo que no andaba, desde que el último sirviente se había marchado, si ya no había dinero para ganar... La rescató, la rescató de su desesperanza, de su pesadilla, de la sombra del amor perdido que, tras dos años, aún no había conseguido borrar.

Ella en el fondo le quería, aunque se hubiese dado cuenta tarde. Estaba demacrada, era un fantasma de lo que había sido, pero él la seguía queriendo, aún más que el primer día que la vio, si cabe.

Pasaron los meses. Todas las tardes se reunían en el patio de la casa del caballero, donde la había refugiado aquella tarde que la trajo del Castillo de arena. La curó, la cuidó y dos semanas después, la Princesa volvía a brillar como la estrella más grande del Cinturón de Orión.

Reían, hablaban, discutían... La princesa encontró lo que había perdido hace tanto tiempo, se reencontró a sí misma y comenzó a ser como era en realidad y no como una marioneta del alcohol y del amor con fecha de caducidad.

Un día, una nevada tarde de invierno, sentado al lado de la chimenea, contemplando el blanco paisaje a través de los ventanales de la Casa del Caballero, la Princesa se dio cuenta de algo que no sabía de su anfitrión, curiosa, le preguntó.

“Caballero, ¿cuál es tu verdadero nombre?” le preguntó inquieta la Princesa de la Esperanza Perdida.

Como si saliese de un sueño profundo, el caballero la miró. Sonrió y volvió a mirar al cristal empañado.

“¿ Mi nombre?” repitió “Mi nombre completo es el Caballero de las Esperanzas Encontradas.”

Y rieron en aquella nevada tarde en la que el anochecer bañaba el paisaje de blanco y negro.

Dani Rivera

Sábado por la noche en el centro de una gran ciudad. Los adolescentes toman las calles hasta cuando mañana se confunde con hoy. Me preparo para salir en mi casa, vistiéndome, mientras escucho con nostalgia aquel viejo disco de Los Secretos, de un lejano año 1999. Paso a la siguiente canción, “Dos caras distintas”; preludio de “Agarrate a mi María”. Cuantos recuerdos encerrados, la infancia, momentos agradables y otros no tanto. Reminiscencias del pasado que se entremezclan con el presente, haciendo que me pregunte si de verdad he cambiado tanto.

Mientras camino por las calles, aún limpias e inmaculadas aguardando el fin de una fiesta que casi siempre suele ser incontrolada, sigo dándole vueltas. Hace tan sólo cinco años, apenas me planteaba ni me podía llegar a imaginar la cantidad de cambios a los que, un lustro después, me había visto sometido. Ya nada era igual y, por desgracia, jamás volveré a ser aquel inocente niño de trece años que jugueteaba con un balón por las calles del centro de mi querida ciudad.

Veo a un grupo de chicas pasar. Tendrán cuatro años menos que yo, pero aparentan ser de mi edad. Para ellas el maquillaje, los tacones y los bolsos a juego con la minifalda son ya habituales, quieren jugar a ser alguien que en realidad no son, creerse mayores, responsables, pero con todo ese “atrezzo” demuestran que son lo contrario de lo que se afanan por aparentar.

Ensimismado en mis pensamientos, me doy de frente con mis amigos. Tras el intercambio formal de saludos, emprendemos el camino hacia una de las discotecas más conocidas de la zona. No me gusta esto de estar dando tumbos, buscando a una chica perfecta entre la multitud a la que jamás encontraras. Demasiadas Cenicientas, que quieren olvidarse de que hay vida después de hoy, y que desean pasar una noche loca con el primero que les invite a tomarse una copa.

No es lo mío, no es lo que ando buscando, la noche no está hecha para mí. Con el pretexto de ir a respirar aire puro, abandono a mis amigos y subo las escaleras de regreso a la realidad. No sé que hacer, cojo el móvil, en un absurdo intento de volver a mi mundo, intento abstraerme, cosa que no consigo.

Pasan cinco minutos, dudo que mis amigos se pregunten donde estaré, así que comienzo a andar. No sé hacia dónde, ni por qué, hasta que algo me hace detenerme. Un par de golpes en la espalda son suficientes para que me gire...

¿Una chica? Mis amigos llevan dos horas intentando hablar con alguna y a mí me han sido suficientes cinco minutos y una veintena de pasos que me conducían hacia ningún sitio.

“Hola” me dijo sonriente. Mi mente iba a otro ritmo, intentando recordar inútilmente algún sitio dónde la hubiese visto con anterioridad. “¿ Ibas a alguna parte?” añadió.

El pelo moreno, los ojos marrones claros y su sonrisa celestial hacen que me quede callado durante unos largos segundos que parecen horas.

“No” la respondí. “Tan sólo...”

No me dejó acabar la frase porque parecía que sabía mis razones.

“La noche no está hecha para ti ¿verdad?” Lo dijo como si llevásemos mucho tiempo conociéndonos.

Sonrío y asiento con la cabeza.

“Me pasa lo mismo” se sinceró “ creía que esta era mi vida, ya sabes, salir por ahí, emborracharse, enrollarte con el primero que te lo pida y olvidar, olvidar y que jamás te acuerdes de él. Pero me acabo de dar cuenta de que no.”

Y tenía razón. Mucha gente cree que esa es y será su vida, pero tan sólo lo hacen porque tienen miedo a cambiar, a afrontar el futuro. Se creen muy mayores, pero son todo lo contrario, quieren seguir comportándose así porque tienen verdadero terror a crecer y a tener responsabilidades: obviamos los derechos, pero no queremos obligaciones.

La invito a sentarse en el primer banco que vemos. No hay nadie, tan sólo, un poco alejados, un par de parejas que hacen cola a la entrada de la discoteca. Hablamos, creo que tenemos mucho en común, pienso para mí...

Hasta que ocurre, no recuerdo cómo llegamos a ese punto de la conversación, el caso es que lo hicimos.

“ No te quiero engañar” dijo, agachando la cabeza como si lo que fuese a decir la avergonzase “ pero no quiero salir con nadie en estos momentos...”
“Pero si yo no te he...” la intenté interrumpir, pero siguió hablando.
“ Verás” continuó como si yo no hubiese abierto la boca “Acabo de cortar con un chico, hace un par de días y sólo me gustaría tener una noche loca con alguien, algo que me ayude a olvidar.”
“ Pero es que yo no te he propuesto nada” retomé lo que había dejado “ ni siquiera conozco tu nombre”
“ Lo sé, lo sé. ” reconoció “ Mejor así, sólo te estoy proponiendo pasar una noche juntos y olvidarnos del mañana. Sin nombres, sin ataduras, sin noviazgos absurdos.”
“¿Sin nombres?”la pregunté. Estaba extrañado, pero a la vez, me gustaba lo que me proponía, jamás había hecho algo parecido y quizás era hora de cambiar.
“ ¿Si quieres que digamos nombres falsos?” Creo que en ese momento vio mi cara de asombro y rió. “Seremos alguien que siempre nos haya gustado ser.”
“ Parece una broma...” levanté la cabeza y confiado la dije “ pero estoy de acuerdo.”
“ Yo soy Sara Leví.” dijo y giró la cabeza como si no quisiese que la viera riéndose.

Me sonaba vagamente familiar aquel nombre, pensé y tras cinco segundos de cavilaciones, caí en la cuenta de que Sara Leví era la protagonista de “La Rosa de Pasión” de Bécquer. Una sonrisa se me dibujó en la cara y ella lo notó.

“ De acuerdo, Sara Leví.” dije, remarcando con intención las dos últimas palabras. “ Encantado de conocerte, yo me llamo Gustavo Adolfo.”

Y entonces estallaron las carcajadas. Y mientras ella reía, yo pensaba a dónde la podía llevar. Debía hacer en unas horas lo que cualquier pareja hacía en meses. Y se me ocurrió.

No hacía ni quince minutos que nos conocíamos y ya íbamos de la mano. La alejé del centro, en busca de tranquilidad, yo sabía a dónde nos dirigíamos y ella no cesaba en preguntarme cuál era el destino de sus pasos. Mantuve el misterio hasta el final.

Tuve suerte, he de reconocerlo. No hacía frío y era noche de luna llena. Anduvimos por el paseo de la ribera del río. No había nadie, y aunque las pocas farolas del paseo no alumbraban lo suficiente, nos tumbamos en la hierba. Recuerdo que mientras mirábamos al cielo, vi una estrella fugaz y pedí un deseo...

Pedí que esa noche jamás se terminara, pedí que no hubiese amanecer, pedí que siempre estuviese a su lado pero también recordé la promesa, la promesa de mi particular Cenicienta. Aquello tenía fecha de caducidad y por desgracia, ya quedaba poco. Y entonces, nuestras manos se entremezclaron, giré mi cabeza para contemplarla y la observe mientras ella miraba el cielo.

Creo que vio como me quedaba absorto, perdido entre mis pensamientos, queriendo adivinar el momento idóneo para besarla y reuniendo el suficiente valor como para hacerlo.

Y me acordé de que todo acabaría, tarde o temprano y, acercándome a ella... la besé.

Pasaron dos meses, dos largos y angustiosos meses y aún no podía dejar de recordar aquella amarga despedida. He de confesar que quise llorar, sabía que difícilmente la volvería a ver, supe que aquello fue un punto y final, pero aún así, la busqué. Todos los sábados hacía lo mismo, lo mismo que hice aquella lejana noche. Salía, siempre a la misma hora, de la discoteca, solo, andaba hasta aquel banco... pero nada. La echaba de menos y aún no comprendía por qué. “ Sólo fueron unas horas, unas horas” me decía a mi mismo para intentar consolarme. Aquel sábado salí de la discoteca, dejando atrás los ecos de otra noche de fiesta y alcohol, empezaba a perder la esperanza de volverla a ver, ande, una veintena de pasos, más o menos, y alguien me tocó el hombro derecho.

Y, antes de que me diese la vuelta, escuché una voz.

“¿ Ibas a alguna parte? Porque yo te necesito...”

Dani Rivera

“Un final no tiene porque ser un punto y aparte.”

Carretera solitaria. Camino a kilómetros de distancia de donde en realidad debería estar. Nadie en el horizonte y casi lo prefiero así. Nada a mi alrededor, desierto, montañas y piedras rojizas que me recuerdan a las películas de indios y vaqueros.

A lo lejos la nada, la nada y un pequeño espejismo, agua. Calor, el sol me abrasa la espalda y la sequedad del ambiente hace que el aire sea irrespirable, cada bocanada que cojo hace que mis pulmones imploren ayuda para evitar el ardiente gas.

Querido Dios, después de haberme privado de tantas cosas, cómo se te ocurre hacerme esto. Sé que debo pagar por todo lo que hice, por abandonarla pero...

Ahora me he dado cuenta de lo equivocado que estaba, la quise o, mejor dicho, aún la sigo queriendo, no consigo olvidarla y, bajo este sol abrasador, apenas puedo recordar todos los momentos que pasamos juntos.

Kilómetros y kilómetros de desierto nos separan, creo que estará dolida conmigo, pero tengo la certeza de que podré volver a recuperarla.

Dios mío, dame una oportunidad, porque tengo miedo, miedo de que la esperanza se desvanezca y de que ya no me quede nada. Debo decirla que la quiero, aunque ella lo sepa pero todavía siga ignorandome, tengo que estar con ella otra vez...

Querido Dios, necesito ahora una ínfima esperanza, un rayo de luz en esta oscura soledad, algo que me ayude a seguir, a continuar. Debo ser fuerte, lo sé, pero es muy difícil serlo cuando he perdido todo lo que una vez me importó.

La necesito, la necesito a ella, por favor, solo déjame pedir un único deseo, quiero que vuelva aquí, junto a mí, tenerla entre mis brazos y protegerla y que nadie jamás la vuelva a hacer tanto daño como la hice yo una vez.

Me acerco a aquel espejismo, sediento y cansado, poco camino queda ya para mi final, te lo pido por favor, antes de caer y desvanecerme, antes de consumirme entre el abrasador asfalto necesito verla una vez más, al menos déjame pedirla perdón.

Y cada paso que doy es uno menos que queda para llegar a ninguna parte, cada lágrima que se evapora antes de caer al suelo es una menos para que llegue el final, que idiota fui...

Lo único que necesitaba, lo único que necesito y lo único que necesitaré eres tú... Aunque sea demasiado tarde para decirlo... Te quiero...

Dani Rivera
Los inquietos rayos de sol hacían centellear aquel casco negro. Conducía su moto, abriéndose paso entre los coches, zigzagueando para ganar unos valiosos segundos y conseguía atravesar agilmente aquella maraña de retrovisores.

Llevaba años conduciendo su moto por las calles de su ciudad, pero aún así, todavía le daba miedo que cualquier conductor despistado abriese la puerta de su automóvil en el momento en el que él pasaba por allí. Pero con todo y con eso, aún seguía haciéndolo.

Aquellos últimos días habían sido malísimos, pésimos, tocaba dosis de tristeza y soledad y cada vez que ponía el pie en el abrasador asfalto, deteniéndose ante un semáforo en rojo, la buscaba desesperadamente con la mirada, aunque sabía que un encuentro fortuito hubiese sido muy improbable.

Decidido a intentar olvidar a aquella chica que sin querer le había robado el corazón, al menos durante unas escasas horas, reunió a sus antiguos compañeros para salir a pasar una buena noche de sábado e intentar cobijar todos sus sueños y sus deseos entre la oscuridad de una descontrolada noche de fin de semana.

No se acordaba de cómo o de cuándo ocurrió, en dónde la vío aquella primera vez, pero por una extraña razon supo que era la persona con la que quería compartir el resto de su vida.

Y aquella noche, entre destellos de farolas y el ruido de los bares, la vio. La vio, pero ójala nunca la hubiese visto...

Notó como se le destrozó el corazón, como le faltaba aliento y, dejando de lado a sus amigos, se sentó en el primer banco que encontró. Le faltaba el aire y, entonces, su primera lágrima se derramó.

Y cómo si el cielo se quisiese solidarizar con él, empezó a llover.

Se olvidó de sus amigos, quería estar sólo y que nadie le viese llorar. Y andó, andó debajo de la torrencial lluvia que se acababa de desatar, porque qué importaba lo demás si la había visto besarse con otro. Con otro y no con él.

Empapado, cruzó el boulevard de los sueños rotos y se adentró por la oscura calle del olvido y... entonces.... la vió y supo que jamás volvería a andar por esas oscuras y silenciosas calles...

Dani Rivera


" Cruzó el boulevar de los sueños rotos y se adentró por la oscura calle del olvido..."

Era una primaveral tarde en una ciudad con costa. Un alocado caminante, sumido en su propia soledad, se abría paso entre la poca gente que andaba por el paseo marítimo y que se quedaban contemplando el azul casi celeste del inmenso mar.

Llevaba los cascos puestos, la música a todo volumen le perforaba los tímpanos, pero a la vez, le ayudaba a no pensar, a prestar atención a otras cosas con menos importancia. Quería gritar, quería liberarse de los sentimientos que en ese momento le ahogaban, pero supo que no era el momento y decidió esperar.

Cruzó a toda velocidad el paseo marítimo, de punta a punta, en escasos minutos. Algunas personas se giraban al verle pasar preguntándose a dónde iría con tanta prisa, porque estrés y playa no encajan muy bien en una misma frase. Pero él sabía a dónde se dirigía y era lo único que le importaba, le daba igual los demás, él quería estar de una vez por todas solo y por eso salio casi huyendo de su casa cuando se enteró...

Aunque tan sólo tenía dieciocho años, recién cumplidos, la vida ya le había privado de muchas cosas pero, aún así, pocas lágrimas habían cruzado su rostro. No acostumbraba a llorar, pese a que no sabía muy bien el por qué, no era lo suyo, y cuando los problemas, las desilusiones y las penas le asaltaban, prefería estar sólo y pensar.

Por eso ahora, casi corriendo, no veía el momento de llegar a su destino, a su lugar, al sitio donde intentaba borrar todos los fracasos para intentar poner al mal tiempo buena cara, como llevaba haciendo durante los últimos dieciocho años.

Y tras caminar durante un breve trecho por un sendero, llegó a dónde quería llegar. Era la cima del acantilado que coronaba su gran ciudad, en uno de los dos cabos que toda playa suele tener, se alzaba una gran colina. Allí era dónde, rodeado de árboles, disfrutaba de la paz que siempre solía necesitar.

Rendido por la extenuante caminata, se tiró a pies de un árbol verde. Y fue entonces cuando, de golpe, todos los recuerdos que había ido almacenando, sin querer, durante el paseo se le vinieron encima.

Acababa de ver a la mujer de sus sueños, a su mejor amiga, paseando de la mano de un chico. Todas las ilusiones se le hicieron añicos y entonces se derrumbó.

Y decidió hacer lo que llevaba toda la vida haciendo, huir. Aislarse y esconderse y que nadie más le encontrase, quería quedarse sólo, vivir en un mundo en el que él fuese el único habitante para, de esta forma, no llevarse desilusiones el resto de su vida.

Se levantó y se acerco al borde del acantilado. Durante unos escasos pero largos segundos, contempló la idea de tirarse y caer dónde el destino quisiera. El simple pensamiento, le hizo asustarse y retroceder. Estaba a escasos centímetros, dió un paso y con su playera derecha rozó una piedra que rodó acantilado abajo. Las olas rugían debajo de él, muriendo al impactar contra la impertérrita roca.

Siempre había pensado que sentiría una persona que, como él en ese mismo instante, estuviese al borde del abismo pero en ese momento su mente estaba en blanco y se tenía que obligar a sí mismo a pensar.

Inma siempre había sido su rayo de esperanza, su particular refugio cuando no tenía ningún sitio más donde resguardarse, una persona a la que contar sus preocupaciones cuando el mundo le absorbía.

Sin pensárselo dos veces, saltó.

Dani Rivera.

Acabar la historia como os plazca. Pero si me permitís sugerir un final:

“Y en ese momento... Se despertó. Diez años después, el intrépido joven y la muchacha contrajeron matrimonio en una iglesia con vistas a la colina que coronaba su gran ciudad.”

Creo que para finales tristes ya está la vida real...
Llovía, o mejor dicho, diluviaba. Era un sábado por la noche, aunque aquel día ya tenía más de domingo. A lo lejos, gracias a la luz dorada de unas pocas farolas, se vislumbraba una figura, andando errante, en una estrecha y desierta calle del centro. Caminaba sola, abriéndose paso entre las heladas gotas de lluvia, con los hombros encogidos, como si no quisiese llamar la atención.

No se había cruzado con nadie, aunque eso es lo que quería, que nadie la viese, como si se tuviese que avergonzar de algo o de alguien. A cada paso que daba, se sentía aún peor, cómo si se acercase a un lugar al que nunca le gustaría ir. Intentaba olvidar, pero le era inútil, las imágenes la asaltaban como flashes en una oscura noche de invierno, una detrás de otra, no tenían sentido, no sabía que la pasaba, ella quería no recordar y sin embargo...

Recordaba. Recordaba besos, caricias, miradas cómplices que se perdían en el lejano horizonte, risas... Recordaba tristezas, engaños... Recordaba que la habían traicionado.

En otra época se hubiese refugiado en la bebida, el mejor antídoto para olvidar, pero ni siquiera se sentía ya con fuerzas y ahora se daba cuenta de que beber no era la solución. Era un absurdo y desesperado intento de no recordar, era una venda temporal en una herida que no cicatrizaría.

Durante un tiempo intentó ser alguien que no era, pretendío cambiar, trató, sin suerte, de buscar la felicidad de otra forma, hasta que, definitivamente, desistió.

Y ahora se encontraba en aquella silenciosa y desierta calle. Sentía que el sonido de las gotas, repiqueteando en el pétreo suelo, la ayudaba a calmarse. Poco antes, esa misma noche, en la entrada de una de las discotecas más populares de su ciudad, algo cambió. No llevaba ni una hora con sus amigas, pero algo, llamemoslo destino, la dijo que no entrase, que se dejase de engañar, que volviese a ser ella y olvidaría todo lo que alguna vez la hizo daño.

Y eso la condujo a estar caminando, sin rumbo fijo, entre la lluvia y a lo lejos, se escuchaba ligeramente, los ecos de una fiesta. Entonces todo cambió, cada paso era un como una suave brisa una calurosa tarde de verano, como un rayo de sol en una fría mañana de invierno, una bocanada de aire fresco que, sin duda, necesitaba.

Y mientras seguía sumergida en sus pensamientos, a lo lejos, vió a un chico, caminando igual que ella, pero en sentidos opuestos y una extraña sensación la impulsó a hacer lo que escasos segundos después hicieron. Ella no le conocía, él tampoco, pero ambos tuvieron la impresión de llevarse conociéndose mucho tiempo, como si durante los últimos años, se hubiesen estado buscando el uno al otro.

Y fue entonces, cuando se vieron, cuando los dos tuvieron la sensación de haber encontrado algo que perdieron hace tiempo y ambos supieron al instante que jamás volverían a caminar entre la lluvia por la silenciosa y oscura calle del olvido.

Dani Rivera
No sé que me pasa, no sé que me ocurre. Desde ya hace unos cuantos días, no río igual, no cuento chistes y mi corazón late muy deprisa cuando veo a una chica, mejor dicho, cuando veo a LA chica. Aún estando de espaldas, hace que mi corazón se dispare y deba coger aliento para poder seguir andando. Mira, relatando los síntomas, creo que he llegado a adivinar cuál es la enfermedad, me parece que se llama AMOR, así, con mayúsculas, porque es el amor verdadero, aquel que solo se encuentra una vez en la vida, a lo sumo dos, aquel que llega sin avisar y sin esperártelo. Es una sensación que, ni áún no conociendo a la persona, surge y que, tal vez con algo de suerte, no te abandona jamás.

Pues bien, andaba relatando que desde hace unas semanas, no soy el mismo, pero el problema es que nunca me había enamorado de una persona tan rápido y sin tan pocos motivos, jamás me había enamorado de una chica a la que no conozco, con la que nunca he hablado, alguien a quien he visto muy poco y, encima ahora...

Vivo para verla un escaso instante, un ínfimo momento en el recreo, un periodo de tiempo que apenas dura dos décimas de segundo. Para mí es suficiente, es algo por lo que vivir, un rápido vistazo de ida y vuelta en el que intento captar lo esencial: una sonrisa, una mirada, un guiño entrañable que, por supuesto, no va dirigido a mí.

Dudo que sepa de mi existencia, pero creí que podía aguantar sin que lo supiese. Pensé que me daría igual ¡Total! ¿ Para qué necesitaba una compañera de viaje si me gusta andar solo?

Cuantas veces habré maldecido esta pregunta, no sabía lo mucho que me equivocaba.

Cada día, tumbado en la cama, reflexionando sobre todo lo que ha dado de sí las últimas veinticuatro horas, una sonrisa suele aparecer en mi cara cuando recuerdo su rostro. Me alegro por haberla visto, quizás mañana no esté, tal vez un día de estos no pueda verla.

A medida que escribo esto, que no sé siquiera como describirlo, me acuerdo cada vez más de un fragmento de Bécquer:

Hoy la tierra y los cielos me sonríen,
hoy llega al fondo de mi alma el sol,
hoy la he visto... la he visto y me ha mirado...
¡ Hoy creo en Dios!

Espero que aquel lejano hoy llegue pronto. Que un día, cuando mi furtiva mirada observe su cara, sus ojos se claven en mis pupilas, fijándose en mí. Entonces sabré, ójala, que quizás la importo, que a lo mejor surge algo.

Anhelo que llegue ese día, porque si no, sé que nunca podré decirla nada o, mejor dicho, sé que nunca me atreveré a decirle algo. Intento plantar cara a mi miedo, pero siempre que logro vencerle, una pregunta ronda mi cabeza: "¿ Cómo un ángel se va a fijar en mí?"

Por eso, no me queda más que conformarme con lo que tengo. Por eso, no me queda más que resignarme y admitir que mi día no dura más que dos décimas de segundo.

Espero que nunca una lágrima recorra mi rostro, lamentándose por la ocasión perdida, pues significará que ni dos décimas de segundo dura ya mi día.

Dani Rivera
Si he de ser sincero, nunca hubiese pensado que el verano posterior a la PAU fuese a ser tan duro. Siempre pensé que, después de un estresante, agobiante y duro curso vendría el mejor de los mejores descansos posibles, porque, después de la obligación, suele venir la devoción.

Pues bien, este es uno de los peores veranos de mi vida, si no el peor, y mucho tendría que cambiar en este último mes para que le recordase dentro de unos años. Un claro síntoma de mi depresión es que no puedo parar de escuchar a Los Secretos, mi grupo favorito, pero a los que solo escucho cuando estoy triste.

Hasta ahora, cada vez que estaba en uno de esos malos periodos de la vida, que, queriéndolo o no, siempre te toca vivir, me dedicaba a recordar aquellos tiempos pasados que irremediablemente, fueron mejores. Pero ahora me he dado cuenta de que en el duro camino que es la vida, el pasado tan sólo es el comienzo de tu andadura, pero no te volverás a acordar de él a no ser que eches la vista atrás, lo cual, pocas veces suele deparar algo bueno.

En todos estos años, he aprendido que lo principal del camino no es el comienzo, ni tan siquiera el final, lo más importante es lo recorrido, la forma en la que has llegado hasta allí, los momentos vividos, tanto los buenos como los malos, pero sobre todo el recuerdo de la gente con quién lo has vivido.

Ahora, este verano, pocas cosas me ayudan a seguir adelante y, dejando al margen a mis amigos, a los que sin duda les debo mucho, me centraría en una sola persona. Si me permitís retomar una frase que dejé olvidada hace no tanto tiempo: “El primer recuerdo de aquel caluroso día de septiembre de 2008 es el de una chica”. Pues bien, casualidades o no, es la misma a la que, de nuevo, la tengo que dar las gracias.

Es uno de los pocos halos de esperanza que aún me quedan, como si fuese una de los últimas bocanadas de aire que respira un moribundo. Es ella y, ahora, me acabo de dar cuenta. Es como una lágrima en el desierto, la excepción que confirma la regla, el dulce anhelo de vislumbrar un punto de luz en la lejanía, a través del oscuro túnel en el que irremediablemente me hallo atrapado.

En la oscuridad de mis días, eres una de las pocas esperanzas que aún conservo.

Dani Rivera
Lo recuerdo como si fuese ayer y ya han pasado un par de largos y duros años.

Pisaba por primera vez tierra desconocida, primero de bachillerato en un colegio del que no conocía absolutamente nada. Nuevos compañeros, nuevos profesores, nuevas clases, nueva vida. Llegaba procedente de Medina, tras dieciséis alegres e inconscientes años en los que la máxima preocupación había sido el combinar adecuadamente las prendas para salir por ahí. Y conmigo, y por desgracia, también venía la responsabilidad, las horas de estudio y, en el lado positivo, unas ganas enormes de adecuarme lo más rápido posible a la nueva etapa que me tocaba afrontar.

Pensé que sería más duro, pensé que sería diferente, pero la verdad, cuando ahora recuerdo aquel primer día, sin querer quizás, se me dibuja una tímida sonrisa.

Han pasado dos años, dos largos y trabajados años, sobre todo este último. Han pasado las risas, los recreos, los chistes, los silencios, las clases, los lamentos. Han pasado algunos de los buenos momentos, espero, que por suerte, no todos.

La primera y borrosa imagen de aquel caluroso día de septiembre de 2008 es la de una chica... Quién lo diría... Fue ella, la que, inconscientemente, me ayudó a integrarme tan rápidamente. Aunque no se diese cuenta de lo que hizó, la debo todo lo que vino después. No sé si ella misma se dará por aludida, me temo que no y dudo que lea estas absurdas líneas que ahora escribo amparado por la oscuridad de otra larga noche.

Después de eso vino lo demás... Primero fue un año feliz, las fiestas y demás, y como los refranes no suelen fallar, después de la calma viene la tempestad. Segundo fue un año horroroso, aunque ahora ya lo hallamos olvidado gracias, en parte, al largo y reparador verano y a las recomfortables notas de la tal PAU.

Pero lo único que nos quedará, fue el tiempo que pasamos y que no volverá a pasar, fue lo unidos que estuvimos y que no volveremos a estar. Ahora necesitamos fuerzas para afrontar un periódo de la vida que no tiene por que ser malo... tan sólo, un poco distinto.
Habían pasado algunos meses desde que la vi por última vez. Era finales de un no tan caluroso mes de junio y poco quedaba ya para finalizar el agonizante curso de segundo de bachillerato, año de tristezas y de alegrías contenidas que estallaron a principios de verano.

Cegados por unos nervios incontrolables, que hoy recordamos como una diminuta sensación incómoda, gracias a que hemos olvidado todo aquello que sucedió gracias al calor del verano y a la ayuda inestimable de ese antídoto reparador como dicen que es el alcohol, nos plantamos en las puertas de la universidad, de la que va a ser, a partir de entonces, nuestro nuevo hogar, al menos para la mayoría de los que allí estuvimos.

Bueno, pero el caso es que el otro día la vi, con el pasado ya guardado en un profundo baúl de madera, pero por desgracia, por muy escondidos que estén, como dirían mis Secretos, la tristeza y la nostalgia suelen coincidir y hay veces que, aunque no quieras, un extraño sentimiento de miedo te asalta y tardas en recuperarte cuando la puerta del recuerdo ha cedido al fin.

Espero que no pase mucho más tiempo para que nos volvamos a encontrar porque todo cambia una vez superado el torbellino de absurdas sensaciones que una vez creí olvidadas.

Dani Rivera
Cuántas veces me habré dicho a mi mismo que debía escribir todo aquello que viví hace ya algún tiempo, más que nada, para no olvidar ningún detalle de aquel San Antolín tan blanco y tan negro a la vez.

Hoy he decidido llevar a cabo todo lo que me prometí hace dos años. Ahora, con todo acabado, sin ningún tipo de rencor o de ira y con la madurez que otorgan los años, me he puesto manos a la obra.

Era finales de Agosto de un no tan lejano 2008 en el que, con las vistas puestas hacia una ilusionantes fiestas, conocí a una de las personas que más han marcado mi vida.

Todo fue muy rápido, me sumergí, sin querer, en una vorágine de cambios a los que, con el tiempo me he dado cuenta, no estaba preparado, o al menos no tanto como lo podría estar ahora. Tantas cosas importantes y tan poco tiempo... decidí actuar de la forma que me pedía el corazón , pero aún así no me arrepiento de nada de lo que hice, porque es mejor haber amado y perdido que jamás haber amado.

Si he de ser sincero, poco consigo evocar ya de aquellos días y los recuerdos son, en su mayoría inconexos... A decir verdad, no del todo sueltos, ya que todos tenían y tienen un nexo en común: una dulce señorita llamada Laura.

Algo borrosos, por culpa de la lejanía en el tiempo y por la cantidad de recuerdos almacenados en mi memoria, he conseguido rescatar los pocos que me han sido posibles.

Recuerdo una farola, Versalles, un lejano dos de septiembre, Mago de Oz, Taxi y algo que, por ser cortés, jamás mencionaré.

Recuerdo un río, la luna, el sonido de los grillos, un banco y de nuevo, algo que no puede dejar de ser privado.

Tantos recuerdos agradables, que al final se vieron tapados por algo no tan ideal, pero, en el fondo, lo importante de caminar no es dónde empiezas ni dónde acabas, si no el camino recorrido y yo me alegro de haber sido un caminante peregrino en sus ojos infinitos.

Aún no consigo recordar del todo bien aquella noche, supongo que mi mente habrá bloqueado todo aquello que una vez me hizo daño.

Prefiero no rememorar días tan malos, prefiero mantenerles aún en el fondo del viejo baúl de madera, para sacarles algún día, cuando esté preparado, porque ahora siento que todavía no es el momento.

Aquella noche perdí algo muy importante, quizás uno de los principales motivos para seguir adelante y continuar en esta dura vida, pero con el tiempo me he dado cuenta de que lo perdí para ganar algo, si cabe, aún más importante, para ganar a la mejor amiga que puedo tener.

Sé que el comienzo de una etapa nueva en tu vida marca el final de la anterior, que cada periodo es un capítulo distinto de un libro que a todos nos a tocado escribir, con más o con menos fortuna. Esa noche fue mi particular punto de inflexión, no sólo de una época, si no de mi vida entera.

Aquello significó mucho para mí, y dudo que vaya muy desencaminado cuando afirmo que fue la mejor semana de mi vida. Pero, por desgracia, o , quién sabe,quizás por suerte, acabó.

Todas las relaciones tienen, como cualquier libro, su punto y final, más tarde o temprano, todo se acaba, pero siempre queda el recuerdo de lo vivido y el dulce anhelo de volver a leerlo otra vez.

Esta es parte de una vida que aún no he terminado de escribir, el cómo acabe la historia es responsabilidad únicamente mía y de todos aquellos que me rodean. Por suerte, este relato termina con final feliz, con los protagonistas viviendo una de las mejores amistades que se recuerdan y se recordarán, aunque el tiempo intente borrar aquello que estamos escribiendo.... AMISTAD.

Dani Rivera
Que lejos queda el tiempo en el que nos parecía que las doce de la madrugada era una hora prohibida, que distante están ya los años en los que veíamos las películas infantiles, la mayoría de la factoría Disney. Creo que la mayoría de estas obras maestras perdurarán casi por siempre en la memoria y que, algunas de ellas nos sirvieron para hacernos pensar o para caer en la cuenta de algo en lo que jamás habíamos caído.

Por ejemplo, a qué chica no le hubiese gustado ser como Cenicienta, de hecho, aún hoy, tras dieciocho largos años de vida, gran parte del público femenino desearía ser como ella, tener una noche loca, que se olvidará con el incipiente sol del amanecer, actuar como si no importasen los errores que se pudiesen llegar a cometer, no pensar y dejarse llevar.

Si he de ser sincero, nunca me ha gustado este comportamiento que considero tan inmaduro, pasar rápidamente página y no recordar y que si algún día te veo, no se me ocurrirá saludarte. No soy de ese tipo de tíos, yo, por mi parte, prefiero tener una relación seria, compartir la mayoría de mi tiempo con la persona a la que amo, y reír, hablar, mirar, llorar...

Creo que estoy un poco “chapado a la antigua”, pero me encanta ser como soy y sé que jamás cambiaré por mucho que varíen las circunstancias, seguiré siendo yo, obviamente con mi gran canridad de defectos y con mis escasas virtudes, porque me gusta ser uno de los pocos caballeros que aún quedan. Pocos chicos pueden presumir de haberse leído la poesía de Bécquer o de saberse de memoria los veinte poemas de amor y una canción desesperada de Neruda... Sé que todos somos únicos, por eso doy gracias a Dios por ser quién soy, no me cambiaría por nadie, a pesar de que a veces achaco muchas cosas, tal vez demasiadas, pero cada uno debe aprender a vivir tal y como es, y no ocultarse tras una absurda capa de mentiras y maquillaje a partes iguales.

Dani Rivera
Últimamente, no sé si por desgracia o por suerte, disfruto de una gran cantidad de tiempo libre, quizás demasiado. Hoy mismo, mientras caminaba en medio de un infierno como es una calle a las seis de la tarde, daba vueltas a una conversación que, no queriéndolo, me ha llegado muy al fondo de algo muy importante llamado corazón.

Aún no alcanzo a comprender cómo he llegado a una conclusión tan alejada del tema de conversación principal, quizás está relacionado o puede que no, pero en seguida me he dado cuenta de que era algo muy importante, si me permitís, diría que incluso vital.

Tantas son las veces que utilizamos la palabra "no" que la hemos llegado a convertir en un asunto trivial y nimio. Por cualquier cosa usamos esta palabra, tan importante y tan peligrosa a partes iguales, que la hemos alejado de su uso cotidiano.

Un simple "no" puede arrastrar consecuencias terribles, tanto para el locutor como para el supuesto oyente y es el miedo a estos temibles efectos por lo que muchas personas no se atreven a preguntar algo que, incluso, podría cambiar su vida.

Tengo un amigo, me creáis o no es un amigo y no yo, aunque sé que esta fórmula se emplea en demasía para hablar de uno mismo, al que le pasa lo que he descrito anteriormente. Es el miedo a la derrota, el pavor a la indiferencia o el terror a que se parta el corazón, los motivos que han superado al de estar con la persona más querida, aunque ella aún no lo sepa. Es la victoria del terrible "no" frente a la derrota de un ilusionante y esperanzador "si".

No sé si mucha gente me comprenderá, pero me apetecía plasmarlo en algunas líneas. Tampoco comprendo de dónde he sacado esta conclusión... ¿ o quizás sí?

Un "No" puede significar muchas cosas, tantas como un llanto apagado al recordar a alguien que creíste olvidado y del que, sin darte apenas cuenta, sigues enamorado, aunque la ira y el rencor consigan cegar todo aquello que aún sientes.

Dani Rivera