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Al borde del abismo.



Escrito por  Dani Rivera     8/12/2010    Etiquetas: 

Era una primaveral tarde en una ciudad con costa. Un alocado caminante, sumido en su propia soledad, se abría paso entre la poca gente que andaba por el paseo marítimo y que se quedaban contemplando el azul casi celeste del inmenso mar.

Llevaba los cascos puestos, la música a todo volumen le perforaba los tímpanos, pero a la vez, le ayudaba a no pensar, a prestar atención a otras cosas con menos importancia. Quería gritar, quería liberarse de los sentimientos que en ese momento le ahogaban, pero supo que no era el momento y decidió esperar.

Cruzó a toda velocidad el paseo marítimo, de punta a punta, en escasos minutos. Algunas personas se giraban al verle pasar preguntándose a dónde iría con tanta prisa, porque estrés y playa no encajan muy bien en una misma frase. Pero él sabía a dónde se dirigía y era lo único que le importaba, le daba igual los demás, él quería estar de una vez por todas solo y por eso salio casi huyendo de su casa cuando se enteró...

Aunque tan sólo tenía dieciocho años, recién cumplidos, la vida ya le había privado de muchas cosas pero, aún así, pocas lágrimas habían cruzado su rostro. No acostumbraba a llorar, pese a que no sabía muy bien el por qué, no era lo suyo, y cuando los problemas, las desilusiones y las penas le asaltaban, prefería estar sólo y pensar.

Por eso ahora, casi corriendo, no veía el momento de llegar a su destino, a su lugar, al sitio donde intentaba borrar todos los fracasos para intentar poner al mal tiempo buena cara, como llevaba haciendo durante los últimos dieciocho años.

Y tras caminar durante un breve trecho por un sendero, llegó a dónde quería llegar. Era la cima del acantilado que coronaba su gran ciudad, en uno de los dos cabos que toda playa suele tener, se alzaba una gran colina. Allí era dónde, rodeado de árboles, disfrutaba de la paz que siempre solía necesitar.

Rendido por la extenuante caminata, se tiró a pies de un árbol verde. Y fue entonces cuando, de golpe, todos los recuerdos que había ido almacenando, sin querer, durante el paseo se le vinieron encima.

Acababa de ver a la mujer de sus sueños, a su mejor amiga, paseando de la mano de un chico. Todas las ilusiones se le hicieron añicos y entonces se derrumbó.

Y decidió hacer lo que llevaba toda la vida haciendo, huir. Aislarse y esconderse y que nadie más le encontrase, quería quedarse sólo, vivir en un mundo en el que él fuese el único habitante para, de esta forma, no llevarse desilusiones el resto de su vida.

Se levantó y se acerco al borde del acantilado. Durante unos escasos pero largos segundos, contempló la idea de tirarse y caer dónde el destino quisiera. El simple pensamiento, le hizo asustarse y retroceder. Estaba a escasos centímetros, dió un paso y con su playera derecha rozó una piedra que rodó acantilado abajo. Las olas rugían debajo de él, muriendo al impactar contra la impertérrita roca.

Siempre había pensado que sentiría una persona que, como él en ese mismo instante, estuviese al borde del abismo pero en ese momento su mente estaba en blanco y se tenía que obligar a sí mismo a pensar.

Inma siempre había sido su rayo de esperanza, su particular refugio cuando no tenía ningún sitio más donde resguardarse, una persona a la que contar sus preocupaciones cuando el mundo le absorbía.

Sin pensárselo dos veces, saltó.

Dani Rivera.

Acabar la historia como os plazca. Pero si me permitís sugerir un final:

“Y en ese momento... Se despertó. Diez años después, el intrépido joven y la muchacha contrajeron matrimonio en una iglesia con vistas a la colina que coronaba su gran ciudad.”

Creo que para finales tristes ya está la vida real...

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