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Solo ha sido un sueño.



Escrito por  Dani Rivera     8/14/2010    Etiquetas: 

Sábado por la noche en el centro de una gran ciudad. Los adolescentes toman las calles hasta cuando mañana se confunde con hoy. Me preparo para salir en mi casa, vistiéndome, mientras escucho con nostalgia aquel viejo disco de Los Secretos, de un lejano año 1999. Paso a la siguiente canción, “Dos caras distintas”; preludio de “Agarrate a mi María”. Cuantos recuerdos encerrados, la infancia, momentos agradables y otros no tanto. Reminiscencias del pasado que se entremezclan con el presente, haciendo que me pregunte si de verdad he cambiado tanto.

Mientras camino por las calles, aún limpias e inmaculadas aguardando el fin de una fiesta que casi siempre suele ser incontrolada, sigo dándole vueltas. Hace tan sólo cinco años, apenas me planteaba ni me podía llegar a imaginar la cantidad de cambios a los que, un lustro después, me había visto sometido. Ya nada era igual y, por desgracia, jamás volveré a ser aquel inocente niño de trece años que jugueteaba con un balón por las calles del centro de mi querida ciudad.

Veo a un grupo de chicas pasar. Tendrán cuatro años menos que yo, pero aparentan ser de mi edad. Para ellas el maquillaje, los tacones y los bolsos a juego con la minifalda son ya habituales, quieren jugar a ser alguien que en realidad no son, creerse mayores, responsables, pero con todo ese “atrezzo” demuestran que son lo contrario de lo que se afanan por aparentar.

Ensimismado en mis pensamientos, me doy de frente con mis amigos. Tras el intercambio formal de saludos, emprendemos el camino hacia una de las discotecas más conocidas de la zona. No me gusta esto de estar dando tumbos, buscando a una chica perfecta entre la multitud a la que jamás encontraras. Demasiadas Cenicientas, que quieren olvidarse de que hay vida después de hoy, y que desean pasar una noche loca con el primero que les invite a tomarse una copa.

No es lo mío, no es lo que ando buscando, la noche no está hecha para mí. Con el pretexto de ir a respirar aire puro, abandono a mis amigos y subo las escaleras de regreso a la realidad. No sé que hacer, cojo el móvil, en un absurdo intento de volver a mi mundo, intento abstraerme, cosa que no consigo.

Pasan cinco minutos, dudo que mis amigos se pregunten donde estaré, así que comienzo a andar. No sé hacia dónde, ni por qué, hasta que algo me hace detenerme. Un par de golpes en la espalda son suficientes para que me gire...

¿Una chica? Mis amigos llevan dos horas intentando hablar con alguna y a mí me han sido suficientes cinco minutos y una veintena de pasos que me conducían hacia ningún sitio.

“Hola” me dijo sonriente. Mi mente iba a otro ritmo, intentando recordar inútilmente algún sitio dónde la hubiese visto con anterioridad. “¿ Ibas a alguna parte?” añadió.

El pelo moreno, los ojos marrones claros y su sonrisa celestial hacen que me quede callado durante unos largos segundos que parecen horas.

“No” la respondí. “Tan sólo...”

No me dejó acabar la frase porque parecía que sabía mis razones.

“La noche no está hecha para ti ¿verdad?” Lo dijo como si llevásemos mucho tiempo conociéndonos.

Sonrío y asiento con la cabeza.

“Me pasa lo mismo” se sinceró “ creía que esta era mi vida, ya sabes, salir por ahí, emborracharse, enrollarte con el primero que te lo pida y olvidar, olvidar y que jamás te acuerdes de él. Pero me acabo de dar cuenta de que no.”

Y tenía razón. Mucha gente cree que esa es y será su vida, pero tan sólo lo hacen porque tienen miedo a cambiar, a afrontar el futuro. Se creen muy mayores, pero son todo lo contrario, quieren seguir comportándose así porque tienen verdadero terror a crecer y a tener responsabilidades: obviamos los derechos, pero no queremos obligaciones.

La invito a sentarse en el primer banco que vemos. No hay nadie, tan sólo, un poco alejados, un par de parejas que hacen cola a la entrada de la discoteca. Hablamos, creo que tenemos mucho en común, pienso para mí...

Hasta que ocurre, no recuerdo cómo llegamos a ese punto de la conversación, el caso es que lo hicimos.

“ No te quiero engañar” dijo, agachando la cabeza como si lo que fuese a decir la avergonzase “ pero no quiero salir con nadie en estos momentos...”
“Pero si yo no te he...” la intenté interrumpir, pero siguió hablando.
“ Verás” continuó como si yo no hubiese abierto la boca “Acabo de cortar con un chico, hace un par de días y sólo me gustaría tener una noche loca con alguien, algo que me ayude a olvidar.”
“ Pero es que yo no te he propuesto nada” retomé lo que había dejado “ ni siquiera conozco tu nombre”
“ Lo sé, lo sé. ” reconoció “ Mejor así, sólo te estoy proponiendo pasar una noche juntos y olvidarnos del mañana. Sin nombres, sin ataduras, sin noviazgos absurdos.”
“¿Sin nombres?”la pregunté. Estaba extrañado, pero a la vez, me gustaba lo que me proponía, jamás había hecho algo parecido y quizás era hora de cambiar.
“ ¿Si quieres que digamos nombres falsos?” Creo que en ese momento vio mi cara de asombro y rió. “Seremos alguien que siempre nos haya gustado ser.”
“ Parece una broma...” levanté la cabeza y confiado la dije “ pero estoy de acuerdo.”
“ Yo soy Sara Leví.” dijo y giró la cabeza como si no quisiese que la viera riéndose.

Me sonaba vagamente familiar aquel nombre, pensé y tras cinco segundos de cavilaciones, caí en la cuenta de que Sara Leví era la protagonista de “La Rosa de Pasión” de Bécquer. Una sonrisa se me dibujó en la cara y ella lo notó.

“ De acuerdo, Sara Leví.” dije, remarcando con intención las dos últimas palabras. “ Encantado de conocerte, yo me llamo Gustavo Adolfo.”

Y entonces estallaron las carcajadas. Y mientras ella reía, yo pensaba a dónde la podía llevar. Debía hacer en unas horas lo que cualquier pareja hacía en meses. Y se me ocurrió.

No hacía ni quince minutos que nos conocíamos y ya íbamos de la mano. La alejé del centro, en busca de tranquilidad, yo sabía a dónde nos dirigíamos y ella no cesaba en preguntarme cuál era el destino de sus pasos. Mantuve el misterio hasta el final.

Tuve suerte, he de reconocerlo. No hacía frío y era noche de luna llena. Anduvimos por el paseo de la ribera del río. No había nadie, y aunque las pocas farolas del paseo no alumbraban lo suficiente, nos tumbamos en la hierba. Recuerdo que mientras mirábamos al cielo, vi una estrella fugaz y pedí un deseo...

Pedí que esa noche jamás se terminara, pedí que no hubiese amanecer, pedí que siempre estuviese a su lado pero también recordé la promesa, la promesa de mi particular Cenicienta. Aquello tenía fecha de caducidad y por desgracia, ya quedaba poco. Y entonces, nuestras manos se entremezclaron, giré mi cabeza para contemplarla y la observe mientras ella miraba el cielo.

Creo que vio como me quedaba absorto, perdido entre mis pensamientos, queriendo adivinar el momento idóneo para besarla y reuniendo el suficiente valor como para hacerlo.

Y me acordé de que todo acabaría, tarde o temprano y, acercándome a ella... la besé.

Pasaron dos meses, dos largos y angustiosos meses y aún no podía dejar de recordar aquella amarga despedida. He de confesar que quise llorar, sabía que difícilmente la volvería a ver, supe que aquello fue un punto y final, pero aún así, la busqué. Todos los sábados hacía lo mismo, lo mismo que hice aquella lejana noche. Salía, siempre a la misma hora, de la discoteca, solo, andaba hasta aquel banco... pero nada. La echaba de menos y aún no comprendía por qué. “ Sólo fueron unas horas, unas horas” me decía a mi mismo para intentar consolarme. Aquel sábado salí de la discoteca, dejando atrás los ecos de otra noche de fiesta y alcohol, empezaba a perder la esperanza de volverla a ver, ande, una veintena de pasos, más o menos, y alguien me tocó el hombro derecho.

Y, antes de que me diese la vuelta, escuché una voz.

“¿ Ibas a alguna parte? Porque yo te necesito...”

Dani Rivera

“Un final no tiene porque ser un punto y aparte.”

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